El parchís automático

24 dic 2024 · 5 mins

Quizás esta entrada en el blog para tí no signifique nada… o quizás sí.

Tiene que ver con el sentimiento que ha provocado en mí un viejo tablero de parchís automático, que lleva en mi familia desde hace muchísimos años, y que apareció en nuestra casa una sombría y fría tarde de invierno, de la mano de mi madre, en esa época incierta de tierra de nadie que es la pubertad, en la que uno es demasiado niño para ser adulto, y demasiado adulto para ser niño.

Es un tablero premium, de cuatro jugadores, en el que cada uno de ellos tiene su propio dado, encerrado en un cubículo ubicado en su correspondiente esquina, y en el que puedes ver el resultado de tu tirada por una ventanita de plástico —traslucida ya por el tiempo y por el uso—, después de accionar un pequeño botón, que hace que al girarlo, el dado se agite y choque sin control contra las paredes de su cárcel de plástico.

Ese aparatejo llenó las tardes de muchos domingos en mi familia, anodinos y vacíos, sin miles de canales de televisión —tan sólo había dos—, en la ya lejana era del pre-internet, cuando la familia compartía una verdadera sobremesa, después de una comida especial, que para nosotros casi siempre era un simple pero sabroso pollo asado con patatas fritas.

Era el juego ideal para aquellos días, porque implicaba a toda la familia —casualmente eramos cuatro miembros: mi hermana, mis padres y yo—, en los que competíamos por ser el mejor, y en los que mi madre, con diferencia, era la number one.

Con el paso de los años aquel juego quedó relegado a la zona de los cacharros olvidados, justo encima del armario de mi habitación, mal embutido en su envoltorio de carton, junto con el plástico blanco moteado de lunares del Twister —uno de los regalos que nos trajeron los reyes, cuando éramos aún más pequeños, y que ni por asomo era tan entretenido.

Ese parchís tuvo una segunda oportunidad años más tarde, cuando aparecieron en nuestras vidas mis sobrinos Nahia e Ibai, que, locos de contento, jugaban con mi hermana y mi madre al acabar de cenar en todas las nochebuenas, haciendo que la llama de la navidad renaciera de nuevo en nuestra ampliada familia.

¿Adivinas quién acababa ganando el 99% de las partidas?
Sí… mi madre, a pesar de la competencia feroz de Ibai, que a veces se mosqueaba un poquito, sobre todo si ganaba alguien que no fuera su abuela, su amatxi del alma, preguntando a su padre cuántas casillas se avanzaba si comías o entrabas en casa…

Después, llegó la famosa y odiada pandemia, que, entre otras muchas cosas, arrasó con la ya tradicional reunión familiar, relegando, también de nuevo, el juego al armario de mi habitación.

Hace unos días tuve que revisar aquel armario-trastero de mi habitación paterna, y para alcanzar otro cachivache olvidado, dejé, encima de mi cama, el parchís, envuelto en sus jirones de cartón en los que se había convertido la caja.

No sé si por intuición o por qué motivo, mi madre apareció de repente, atravesando el quicio de la puerta, sigilosa y amenazante, pillándome in fraganti, como sólo una madre sabe hacerlo, diciéndome:

— Ya puedes dejar ese parchís donde está, y ni se te ocurra tirarlo. —Me espetó, con esa voz firme que tienen las madres, y que hace que se remueva algo dentro de tí, y que es imposible no obedecer, sobre todo si alguna vez has probado el ardiente tacto de una zapatilla, como recompensa por haber hecho alguna trastada infantil.

Y yo, con suma delicadeza y cuidado, volví a depositar el valioso juego en el armario, pero en una zona visible y bastante accesible.

Esta nochebuena, mientras terminaba de recoger la cocina, escuché ese choque inconfundible del dado contra la ventanita de plástico, acompañado de las risotadas de mis sobrinos, de mi hermana y de mi madre, que se divertían mientras jugaban al parchís automático, llevándome, con nostalgia, a aquellos tardes de domingo, con sabor a pollo asado, haciendo que se dibujase en mis labios, inevitablemente, una sonrisa de complicidad.

Por cierto… ya habrás adivinado quién ganó todas las partidas esta noche…. mi madre y también mi sobrina, que jugaban en pareja.

Feliz Navidad.

El parchís automático

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