Llevaba ya unos cuantos meses sin publicar nada, y eso que desde la última vez que lo hice no me han faltado oportunidades.
Teniendo en cuenta que estoy jubilado —laboralmente, se sobreentiende—, pudiera parecer que no tengo disculpa.
Qué puedo decir… la inspiración es así, y viene cuando uno menos se lo espera.
Además, el cuerpo y la mente son mu perros, y cuanto más descanso les das, más quieren, los jodíos.
La última vez que me iba a poner a ello fue cuando la DANA, esa desgracia fatídica que descargó su ira en forma de tormenta y de ríos de agua, fango y coches hace unas semanas, en el Este de la Península Ibérica, y que se llevó por delante a más de 200 personas y dejó miles de damnificados.
Entre bulos, desinformación, poca coordinación y tacto de las “altas esferas” políticas —que no dieron (ni siguen dando) para nada la talla, jugando a un eterno partido de ping-pong en el que ellos manejan las palas, y los simples mortales somos la pelota que va de un lado a otro—, los susurros de mi musa se fueron apagando, lentamente, hasta quedarme otra vez mudo y vacío de ideas literatas.
El detonante que me ha hecho escribir de nuevo en este blog es una simple petición, la de mi cyber-compañera Mila, la presidenta de ANAPAR, que está pasando una época de bajón, y que me pedía ayuda, preguntándome por el título de un libro que la psicóloga de ANAPAR supuestamente me había recomendado en el mes de enero de este año.
— ¿Yoooo?. No tengo ni idea de lo que me estás hablando —le comenté, intentando rebuscar en mi memoria, y no encontrando la respuesta.
A los pocos días me volvió a escribir un WhatsApp, diciéndome que ya lo había encontrado, y que el título era “Cómo dejar de pensar demasiado”, del autor Thomas Martin.
Intrigado, me puse a buscarlo en Amazon, para descargarlo en mi Kindle, y descubrí, para mi sorpresa, ¡qué ya lo había hecho! Lo tenía disponible en mi e-book.
Con cara de pan, ojiplático, abrí el libro, y casi en el mismo instante, recordé lo que había pasado.
Había empezado a leerlo, pero llegó un punto en que lo había dejado.
Como me ha pasado en otras ocasiones con otros libros, simplemente no era su momento.
Volví a la primera página y empecé a leerlo de nuevo, dejando en la recámara el libro de relatos cortos de ciencia ficción que recientemente había descubierto, y que había editado antes de morir mi amado Isaac Asimov.
El libro habla sobre el overthinking, ese proceso por el cual uno siempre está dándole vueltas a la cabeza, pensando sin parar, rumiando, como cuando una oveja digiere su pasto.
Tu cabeza no para, pensando y pensando, y tus sesos se recalientan hasta no poder más, y literalmente acaban fundidos.
Normalmente, esos pensamientos hacen que tu ser esté ocupado en ellos, montándote películas de tu futuro, influyendo negativamente en tu comportamiento presente, descuidando el resto de las parcelas de tu vida, y generando tensión, ansiedad y estrés.
Si… aunque ya lo sabía, la revisión del libro me ha hecho ver —o mejor dicho, me ha confirmado de manera objetiva— que soy un overthinker.
Y aunque estoy bastante bien físicamente —eso me dicen los de mi entorno—, en cuanto siento un mal gesto proveniente del lado izquierdo de mi cuerpo (el que no está tan afectado por el Parkinson), o me atraganto comiendo, o se me va la voz, mi cabeza empieza a montarse su propia película futurista, al estilo de La Amenaza Fantasma de Star Wars, en la que mi propio yo lucha consigo mismo, haciendo que mi Parki se comporte de manera descontrolada.
Y aunque el trabajo físico no lo he descuidado en ningún momento, esos pensamientos negativos, sin yo darme cuenta, me han hecho dejar de lado esas pequeñas cosas que antes me hacían feliz haciendo trabajar mi mente, como ponerme delante del ordenador y escribir, o programar aplicaciones que ayuden a la gente, o intentar mejorar de una maldita vez mi inglés, o tocar el teclado musical que está acumulando polvo desde que lo compré, justo después de mi primera implantación de DBS…
En el libro se dan una serie de consejos, que a continuación resumo:
Resulta que, aunque son ayudas por todos conocidas, no las ponemos en práctica.
Yo el primero.
Tan fáciles, y a la vez tan difíciles de realizar.
Pero eso va a cambiar a partir de ahora, para Mila y para mí.
Como diría mi querido y vetusto Sabina en su “Tratado de impaciencia nº 10”, vamos a pasar de las palabras a los hechos. O mejor dicho, de los pensamientos a los hechos.
No tenemos nada que perder.
Al contrario, hay mucho que ganar.
Yo ya he empezado…
Una de esas tareas que he incluido en mi lista es la de escribir más frecuentemente en mi blog, cosa que ahora mismo estoy haciendo… y que me llena de satisfacción.