D.E.P., Ibañez

16 jul 2023 · 6 mins

Ayer, ojeando las no-noticias que te ofrece google en el móvil, descubrí con desagrado que había muerto Francisco Ibañez, el genial creador de personajes como Mortadelo y Filemón, Trece Rue del Percebe, Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino o alguien que se parecía sospechosamente a él, Rompetechos.

Hace tiempo que ya sólo me quedo en los titulares de estas no-noticias, harto de su ambigüedad, para evitar la perdida de tiempo que supone el entrar a leer su contenido, que nunca dice nada, como mucho al final, y cuyo único objetivo es publicitarte decenas y decenas de inútiles cosas, que tienen que ver con alguna búsqueda casual que has hecho en internet hacía ya tiempo, recopiladas hábilmente por las dichosas cookies que todos aceptamos casi sin prestar atención, hartos del típico mensaje al entrar en una página web.

La cosa se puso sería cuando en uno de mis innumerables grupos de WhatsAspp, Serpis72, mi siempre-vecino de la infancia, Alberto, envió el fatídico mensaje en forma de enlace web. Al pinchar en el enlace, y ver que la noticia era cierta, sentí su perdida como la de alguien muy cercano.

Yo, como muchos de los niños nacidos en los 70 del siglo pasado, crecí y casi aprendí a leer con sus historietas gráficas. Cada domingo, antes de ir a la huerta que tenían mis padres a unos pocos kilómetros de donde vivíamos, y con la paga que me daban, me compraba un Mortadelo y Filemón, que evitaba curiosear hasta llegar al terruño.

Por aquel entonces, mi refugio era un remolque frigorífico de esos con los que repartían yogures por las tiendas, y que mi padre, como verdadero precursor del reciclaje, se había agenciado en algún desguace cercano, proporcionándole una segunda vida al vetusto habitáculo, después de decorarlo con una gruesa capa de pintura marrón, sobrante de alguna de sus chapuzas de manitas profesional.

En aquel remolque, que en realidad usábamos como almacén para dejar allí los aperos de labranza, y que para mi era como una especie de bunker donde me aislaba del mundo al cerrar su gruesa puerta isotérmica, me acomodaba tumbado en una de sus baldas vacías, y con el sonido de fondo de la radio sintonizada en uno de aquellos programas en los que la gente llamaba para adivinar el título de una canción tras escuchar apenas unas notas de la misma, me disponía a disfrutar de mi tesoro recién adquirido.

Después de olfatear sus nuevecitas hojas (algo que, lamentablemente, ya sólo puedo recordar gracias al Parkinson), me zambullía en la historia gráfica que el gran Ibañez había preparado para mí.

Tras unas primeras páginas que te servían para abrir boca y provocarte aún más ganas de leer el resto, llegaba mi parte favorita, la viñeta donde aparecía dibujada, con letras muy grandes y en negrita, el nombre de la extravagante operación secreta a llevar a cabo por la T.I.A., y que el super intendente Vicente encargaba a sus dicharacheros agentes especiales, Mortadelo y Filemón, para después proporcionarles algún inverosímil y locuelo invento, fruto de la calenturienta mente del científico de la organización, el doctor Bacterio, y también el medio de transporte para poder realizar la operación, que siempre era algún billete de autobús, o algún asno famélico de nombre “Ferrari”, acorde con lo generoso que estuviera el Super en ese momento, y que solían recibir, con alguna torta de por medio, de las manos de la bella y obesa secretaria, señorita Ofelia.

Ya con una sonrisa de oreja a oreja, impaciente, devoraba cada hoja del tebeo, hasta llegar al final casi de corrido primero, para después darle un segundo y más meticuloso vistazo, descubriendo los particulares mini tesoros que Ibañez había escondido en cada viñeta, en forma de ratones jugando a las cartas y fumándose unos puros, o deleitándome con el más mínimo detalle de cada uno de los dibujos que aparecían en ellas.

Conforme fui creciendo, y me fui haciendo adulto, aquellas historias fueron quedando en mi recuerdo. De aquella etapa conservo alguno de ellos, aunque la mayoría desaparecieron de casa de mis padres por falta de espacio, uno de esos días en que mi madre entró como un torbellino en mi habitación, acabando con el desorden de mi particular orden de adolescente.

Hace poco más de un año me realizaron una operación en el cerebro que se llama DBS (Deep Brain Stimulation), para mitigar los efectos secundarios de mi Parkinson, y, estando convaleciente, en uno de mis paseos, descubrí un Mortadelo nuevo, bastante actual, en el escaparate de una de las librerías de mi pueblo. Sin dudarlo lo adquirí, y al llegar a casa me calcé mis gafas de presbicia de cincuentón para leerlo, disfrutando como aquel niño que un día fuí, y que se enclaustraba en aquel remolque de yogures.

Al terminarlo, no me lo guardé. Llamé a mi antiguo vecino y se lo regalé gustosamente, para que él también lo disfrutase como yo.

Él, a los meses, y ya después de una segunda operación, se presentó en el hospital con un Super Mortadelo antiguo de segunda mano que había adquirido, y que me embargó de ilusión.

D.E.P. Francisco Ibañez.

Nunca olvidaremos lo que hiciste por todos nosotros.

D.E.P., Ibañez

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