¡Sólo tengo parkinson!

16 jun 2023 · 8 mins

Hace un par de días volví a pasar consulta de neurología en la CUN. Fue algo inesperado, puesto que apenas hacía un mes de la visita anterior.

Pero antes de contar lo que pasó en esta última consulta, voy a recapitular un poco y comentar lo que ocurrió en la consulta anterior, la de hace un mes.

En aquella consulta, que ya creía que sería la última, la Dra. Avilés se despidió de mí, a la vez que me entregó el “dispositivo para el paciente”, que no es otra cosa que un cachibache que te permite elegir entre las configuraciones que la doctora cree convenientes, parar la estimulación en el caso de que lo necesites por una intervención quirúrgica o una resonancia magnética, o también para conocer el estado de la batería del estimulador (no sé si de manera muy exacta, porque se supone que con la configuración actual su duración es de más de ocho años).

Justo antes de entregarme el dispositivo, activó en su tablet una configuración del estimulador que hacía meses me había funcionado, y que había dado buenos resultados.

Con el aparatejo ya en mi poder, la doctora estrechó mi mano, aconsejándome la ingesta de Sertralina (un ansiolítico y antidepresivo), y el ya conocido Ongemtys, que hace que la dopamina se mantenga más tiempo en el cuerpo.

— Bueno Antonio, espero verte pronto, pero fuera de aquí —me dijo— Coméntale lo de la Sertralina y el Ongentys al Dr. Clavero, tu neurólogo de la seguridad social, para que te haga el seguimiento.

En cuanto llegué a casa, llamé al neurólogo, que me activó las recetas después de un par de semanas de dar el aviso, y a continuación me dispuse a “enredar” con el aparato, algo que no pude evitar, por mucho que lo intenté.

Me dispuse a hacer el unboxing del aparato, y al hacerlo, me encontré con varios componentes en su interior: Un móvil (o más bien, una minitablet sin posibilidad de colocarle una tarjeta SIM, y así llamar por teléfono) en el que estaba instalada la aplicación de control del estimulador, y finalmente un sistema intermedio, del tamaño de un mini busca, para comunicar por bluetooth con el móvil y con el estimulador de mi pecho.

No me costó mucho conectar todo a la primera, la verdad… Ni tampoco equivocarme y tocar con mi tembloroso dedo el icono que no era, para cambiar “por error” la configuración activa a la que no me funcionaba tan bien, solamente por unos segundos, el tiempo justo que tardé en darme cuenta de mi error y subsanarlo con premura, sobretodo para que Marian no se diese cuenta y me pegara la bronca por tocar lo que no tenía que tocar.

Una vez todo configurado correctamente (y apagado de nuevo, para evitar tentaciones), lo volví a colocar en la caja original, algo prácticamente imposible, como todo lo electrónico que viene empaquetado, y me dispuse a que pasaran los días, porque con esto del estimulador he aprendido que, como cuando te compras un zapato y el pie se te hace a él, tu cuerpo debe adaptarse a la estimulación.

Pero esta vez, y para más inri, tenía dos variables más: La dichosa Sertralina y el Ongentys. Aunque el Ongentys ya era un viejo conocido, la Sertralina no.

Ya desde la primera toma de Sestralina, noté sus efectos secundarios: Por la mañana estaba totalmente triste y apático, y me daba igual todo; y por la tarde, lo contrario, una superaceleración que ríete tú de la potencia del turbo de un Renault 5 SuperCopa.

Así, con esa sensación de derrota, aguanté cinco días para ver si mi cuerpo se acostumbraba, hasta que me dije “hasta aquí he llegado”, y, después de la consabida llamada a mi neurólogo para informarle, dejé de tomarla.

Siguieron pasando las semanas, y aunque la sensación de depresión había remitido, mis temblores no.

Así que decidí jugar mis cartas e intentar conseguir una cita extra con la CUN, cosa que finalmente conseguí.

Y, después de toda esta retahila intentando poner en contexto la situación, llegamos a la última consulta, la de hace un par de días.

Como siempre, llevaba todo escrito, para que no se me olvidase nada: Mi dosis de medicación, y todos los detalles, casi al milímetro, de mis síntomas: Tanto los físicos como los mentales, y, esta vez y como novedad, la sensación tan super incómoda que había aparecido en mi lado hasta ahora sano, el izquierdo.

La doctora, después de escuchar atentamente todos mis miedos, me dijo mirándome fijamente a los ojos:

— Mira, Antonio. Voy a ser muy franca contigo. Aunque creas que la enfermedad está avanzando, que puede ser, lo que sí te aseguro es que no puede avanzar tan rápido en tan poco tiempo, biológicamente es imposible: La estimulación que llevas puesta te ha funcionado bien antes, y te debería funcionar ahora. Del lado izquierdo no te preocupes antes de tiempo, cuando llegue el momento tenemos armas, podemos utilizar medicación, o incluso colocar otro estimulador neuronal. Tu problema, como ya sabes, es la ansiedad que te provoca la enfermedad, y que es como una pescadilla que se muerde la cola: Necesitas romper la cadena, porque cuanto más ansiedad tienes, tus células, sobre todo tus neuronas, se oxidan y eso es malísimo para cualquiera, pero sobre todo para tu parkison, que a su vez te genera más ansiedad.

— Creía que la Sertralina te iba a funcionar, pero te está produciendo el efecto contrario. Ya sé que te gustaría tener controlado todo, pero no puedes, es tu handicap con tu enfermedad. Podíamos ajustar el estimulador un poco más y solucionarlo ahora, pero yo estoy pensando en el Antonio de dentro de cinco años, y no quiero gastar cartuchos antes de tiempo —prosiguió, mientras que el brillo de sus ojos delataba que estaba emocionada, que era sincera y que se preocupaba verdaderamente por mí.

— Vamos a hacer una cosa: No vamos a tocar los parámetros del estimulador y te voy a recetar una dosis mínima de Ribotril (un ansiolítico muy suave) cada 12 horas —me dijo, mientras cogía su teléfono móvil y mandaba un mensaje de audio de WhatsApp al Dr. Clavero, intentando aligerar una visita en psiquiatría.

— En quince días nos volvemos a ver en consulta y vemos que tal estás —terminó de decirme en tono tranquilizante.

Puede parecer duro, pero es la realidad, así que ahora sólo queda ponerme las pilas, y pensar que si lo he hecho antes, ahora también puedo hacerlo.

Es tiempo de apagar mi cerebro, pulsar el interruptor de OFF. De desviar mis pensamientos negativos y hacer que salgan de mi cabeza. O mejor aún, de no dejarlos entrar.

Después de todo ¡sólo tengo parkinson!

¡Sólo tengo parkinson!

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