Puesta a punto

16 abr 2023 · 5 mins

Han pasado dos meses desde mi segunda operación, y poco más de uno desde que recibí el alta “cirujenil”, después de comprobar que la cicatriz de la nueva apertura de mi cuero cabelludo en menos de ocho meses progresaba adecuadamente.

Tras la incertidumbre provocada por el inesperado susto de palpar en mi cuello un bulto muy cercano al cableado que une los electrodos colocados en mi cráneo al estimulador de mi pecho, y que resultó ser una falsa alarma en forma de ganglio inflamado, llegó el momento de los primeros ajustes eléctricos, intentando afinar lo máximo posible la puesta a punto del aparatejo.

El ritual, que ya he comentado varias veces, supone como primer paso el dejar la medicación varias horas antes de la consulta. Después, y ya en ella, el siguiente paso es preguntarte cómo te encuentras, mientras te conectan de manera inalámbrica a una tablet, en la que, tras unos interminables instantes, se cargan todos los parámetros que quedan registrados cuidadosamente. Tras otro pequeño lapso de tiempo, aparece en la pantalla una representación en 3D de tus electrodos, donde, a través de los polos, que son como pequeños contactos de color blanco, se dibuja la energía saliendo de ellos, como si fuera un velo de color verde semitransparente, que deja ver tras de sí todo el sistema. Finalmente, el paso definitivo y el objetivo de todo: el cambiar la configuración del neuroestimulador.

En ese momento… te sientes como un monstruo indefenso en manos de su creador, ese jovencito Frankestein que, despiadado y sin ningún tipo de miramientos, acciona la palanca del interruptor, provocándote en ese momento un extraño hormigueo que recorre todas tus extremidades, y que te hace sentir cómo fluyen por ellas las desagradables, y tristemente ya habituales, corrientes eléctricas.

Después de eso, sientes que todos tus síntomas y efectos secundarios de Parki, de tu Parkinson particular, en forma de rigideces y agitaciones de todo tipo se apaciguan de manera milagrosa, casi por arte de magia, alcanzando tu deseada calma.

Algunas veces, y cuando menos te lo esperas, los médicos te plantean algún tipo de prueba adicional en forma de pequeños retos, al tiempo que modifican la configuración, como hacerte escribir (o mejor dicho, mal escribir) una frase en letras minúsculas, o seguir, pintando con un bolígrafo en una hoja, el trazado en forma de laberinto, concéntrico e hipnótico, y sobre el que tú sólo consigues dibujar una especie de caracol cochambroso, sospechosamente muy parecido a aquel reloj en forma de neumático pinchado de los inicios, y que acabará digitalizado, para tu propio escarnio y mofa, en tu ya extenso historial médico.

Un poco más tarde, y ya con el horario de la ingesta de tus pastillas totalmente dinamitado por los aires, te hacen tomar una dosis en la misma clínica, para comprobar posibles efectos adversos, como la dichosa disquinesia, que puede hacer que alguna de tus extremidades se mueva de manera errática y descontrolada.

Después de eso, y pasados unos minutos, te mandan para casa, advirtiéndote que hasta que no pasen unos días tu cuerpo no se adaptará a la nueva electrificación, para así volver a tu rutina diaria.

En algunas ocasiones, la cosa va muy bien y sólo es necesario volver a retomar la dosis de medicación habitual, pero otras, como esta última vez, la cosa puede ser completamente distinta.

Primero, esa sensación de movimiento uniformemente acelerado, que hace que tengas que centrar toda tu atención en respirar, intentando tranquilizarte, y que te vayas a dormir totalmente agotado.

Al día siguiente, la sensación es completamente distinta. Te sientes mareado y cansado, y con tal caraja, que hace que estés todo el día tirado en el sofá, esperando a que pase todo.

Al tercer día resucitas, y, compruebas con desagrado que tu mano derecha se cierra sin tu quererlo mientras caminas, como si escondieses el saltamontes de aquel famoso sketch televisivo de Martes y Trece, y notas que tu pierna derecha no funciona de manera natural, pegando de vez en cuando zapatazos y sintiendo que tu pie se abre hacia afuera de manera muy rara cuando lo levantas para dar un paso, como cuando un chiquillo lanza, de refilón y de puntetas, una patada a un balón imaginario.

Saltan entonces todas tus alarmas, e intentas situar el momento exacto del mal funcionamiento de tu pierna, de la hora, minutos y segundos en el que se produce, de relacionarlo con tu toma de medicación, para poder informar lo más precisamente posible a tu neurólogo en la próxima revisión, en la siguiente puesta a punto de tu estimulador.

Puesta a punto

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