Un fin de semana de adaptación

18 feb 2023 · 9 mins

Después de la primera reconexión, el día transcurrió bastante tranquilo, anodino y hasta aburrido. Antes de irse, la doctora me dió unas últimas instrucciones:

  • Intenta descansar lo máximo posible, y si quieres ir al baño o asearte, procura estar siempre acompañado, para evitar caídas fatales e innecesarias -me dijo.
  • Ya sé que tienes ganas de salir de estas cuatro paredes, pero hoy tienes terminantemente prohibido el hacerlo —continuó.
  • Mañana será otro día -prosiguió -, entonces podrás caminar por los pasillos de la planta. Como recompensa por portarte bien, dí adiós a las botas neumáticas, que tanto te agobian, y a la vía medicamentosa, que ya no hace nada colocada en tu mano izquierda.
  • Hoy seguirás tomando tu dosis habitual de medicación, tus cuatro pastillas de Sinemet, una cada cuatro horas, junto con el paracetamol soluble cada ocho horas, que te ayudará a mitigar el dolor; durante el fin de semana subiremos la dosis de levodopa, para ver si se producen efectos secundarios en forma de discinesias, y el lunes, poco antes de que te conectemos definitivamente, estarás otra vez castigado y sin medicación, y te haremos un último TAC, para ver si está todo correcto.

Y, recordándome de nuevo que seguramente el temblor aparecería de nuevo conforme mi cerebro volviera a su ser, salió por la puerta, seguida de su séquito.

La tarde continuó tranquila, ya sin temblores, hasta que llegó la hora del fin de las visitas, y despaché a mi hermana de la habitación, diciéndole que se fuera a descansar tranquila, que yo iba a estar bien atendido por las enfermeras.

Y, después de dormir prácticamente de un tirón y de descansar como un bebé, sobre las ocho de la mañana, apareció un auxiliar por la puerta, provisto de una esponja, con la intención de asearme, y que me cazó in fraganti saliendo del baño, y al que también despaché sutil pero amablemente, diciéndole que agradecía sus servicios, pero que no me hacían falta, y que me valía por mi mismo.

Si… ya sé que no debería haberlo hecho, pero me sentía tan bien que cogí la esponja que me había dejado el auxiliar, me dirigí al baño y con mucho cuidado me metí en la ducha, limpiando lo mejor que pude todas las zonas de mi cuerpo, procurando no mojar las vendas que cubrían mi cabeza, ni las del bolsillo situado en mi pecho, donde se alojaba mi flamante y nuevo estimulador, ya conectado.

Poco después apareció la enfermera, para tomarme las constantes vitales, y poder comprobar que mi temperatura corporal, mi saturación de oxígeno y mi tensión arterial ya estaban dentro de los márgenes normales.

Y, mientras tanto, una sensación rara empezó a recorrer mi cuerpo: mi pie derecho, y después mi mano, habían empezado a temblar, haciéndome sentir lo que sintió el maestro Sabina al escribir su canción, al pensar que la buena sensación había durado lo mismo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rock.

  • Tranquilo, tu cerebro está desinflamándose, es normal, ya tienes experiencia de la otra operación —me dije, resignado.

Antes de que llegase Marian, y después de realizar la rutinaria llamada telefónica de tranquilidad a mis padres, y de meterme entre pecho y espalda el frugal desayuno que me habían dejado en la habitación, y que mi estómago ya toleraba con normalidad, atendí los numerosos mensajes de ánimo, y respondí a las llamadas de mis amigos.

Y, con todas mis tareas concluidas, me acerqué al control de enfermería, que apenas se encontraba a unos metros de mi habitación, para notificarles mi intención de irme solo a caminar, tras lo cual me dediqué a trotar libremente por los pasillos de la clínica, al principio con muchísima precaución, intentando medir mis fuerzas.

Y, en esas estaba, disfrutando de mi paseo, libre de ataduras, de vuelta a mi habitación, cuando aparecieron dos de mis mejores amigos: Oscar y Estíbaliz, a los que saludé con afecto, con una tanda de beso-abrazos, de esos que me gustaba dar antes de la puñetera pandemia, y que ahora parece que están prohibidos.

Antes de sentarnos en los sofás de diseño, multicolores y mega fashion, acordes a la categoría de la clínica en la que me encontraba ingresado, y situados en un hall, al lado de los ascensores que para mí suponían la ansiada libertad, engullí mi dosis adicional de Sinemet, confiando en que mis temblores cesaran un poquito, y que no se produjesen los tan temidos efectos secundarios.

Y, después de ponernos al día, y justo cuando me despedía de ellos en frente de las puertas del ascensor, éstas se abrieron, regalándome una grata sorpresa: Era mi amigo y eterno vecino Alberto, Serpis72, el culpable de que yo tirase el chupinazo anunciador de comienzo de las fiestas de mi pueblo, mi Ansoáin querido, que había decidido honrarme con su presencia, y que además me traía, lo que para mí suponía un valioso presente: Tres tebeos del tiempo de maricastaña, y que yo agradecí y recibí como un tesoro.

Tras despedirme de él, volví a mi habitación, cansado y medio mareado, sufriendo uno de los efectos secundarios de la medicación adicional, y que ya tristemente conocía de otras ocasiones, cuando subía mi dosis habitual de levodopa, tiempo ha: Un sentimiento de euforia, seguido de un bajón en forma de aplatanamiento, que te acaban dejando super plof, y cuyo único remedio es tumbarse y esperar a que pasen sus efectos, pacientemente.

Marian me tranquilizó, y después de la comida y de la consiguiente siesta, a pierna suelta, los efectos secundarios remitieron, y ya recuperado, nos dedicamos a pasear y pasear, a corretear por todos los pasillos y recovecos de la planta, tan familiares para nosotros, de cuando estuve ingresado en la anterior operación, llegando hasta la zona de las consultas, desiertas el fin de semana, y volviendo cada cierto tiempo a la casilla de salida de mi habitación.

Y así transcurrió el fin de semana, entre paseos, llamadas de teléfono y visitas de mis familiares: de mi hermana Lucía y de mi cuñado Javi, acompañados de mis queridos sobrinos, Ibai y Nahia; y de mis “astros”, mi familia política, por parte de Marian: mi hij-astra Jenny y mi yern-astro Juan, acompañados de sus hijas, mis niet-astras Elma y Leo.

Mención especial tuvo la visita, el domingo por la mañana, de dos de las personas que más quiero en este mundo, mis padres, que al verme, vivito y coleando, suspiraron aliviados. Por supuesto, tuve que saltarme todas las prohibiciones impuestas, importándome un pimiento todo, para acompañarles hasta el límite de los dominios de la clínica, su puerta principal giratoria, y despedirme de ellos, intentando no soltar una lagrimita, mientras miraba como se alejaban en el coche de mi cuñado, que les devolvió de nuevo a su particular zona de confort, su casa.

Y por cierto, cuando llegó la toma adicional de Sinemet de media mañana, esa que me hizo tanto daño el día anterior… la superé sin problemas, a base de caminar y caminar, mitigando sus efectos, lento pero decidido, por mi desierto particular, el conformado por los pasillos de la clínica.

Estaba preparado para el asalto definitivo, la fase final de mi operación: La conexión ¿definitiva? del estimulador neuronal, y la posterior, y tan anhelada, alta clínica.

Un fin de semana de adaptación

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