Un nuevo día de la marmota

2 feb 2023 · 7 mins

Desde la última vez que escribí en el diario -en el que dejamos a mi compañera parkinsoniana Mariaje a las puertas del quirófano -, han ocurrido varias novedades.

La primera de todas ellas -la más importante -, es que Mariaje está bien y se va recuperando según los planes previstos.

La segunda es que hace unos quince días volví, después de más de cuatro meses, a pasar consulta con mi neurólogo de siempre, el Dr. Clavero.

Durante la consulta hablamos de mi situación particular -un tanto peculiar -, en la que, por una parte, he conseguido controlar el bloqueo de mi pierna derecha, pudiendo dormir muy bien, y manteniendo la dosis de medicación al mínimo, pero, por otra, no consiguiendo que la ausencia de temblor “progrese adecuadamente”, a pesar de todo los “setups” con los que me han ido configurando.

Después del consiguiente ajuste del estimulador -lo más parecido a un potro de tortura que conozco, y que no se lo deseo ni al peor de mis enemigos -, y de salir de la consulta con un mareo considerable, junto con la promesa del doctor de que en breve se iba a reunir con el resto de doctores de la CUN, la clínica donde oficialmente me convertí en una especie de cyborg, volvimos a casa, con el sabor, un poquito amargo, del ritual de lo habitual.

Al cabo de unos días, al volver de mi sesión de fisioterapia de ANAPAR, en donde Arantxa, mi fisio, se encarga cada semana de poner a punto los músculos de mi pierna derecha, intentando explicarme lo más detalladamente cómo se comportan, a base de ejercicios que yo procuro asimilar en mi vuelta a casa, y poner en práctica en mi día a día, mi teléfono móvil me devolvió a la realidad, sacándome de mis pensamientos.

  • Hola buenos días —una voz que me resultaba familiar, se oyó al otro lado del teléfono.
  • Soy Nora, la enfermera de neurocirugía de la CUN, ¿qué tal se encuentra?

Después del protocolario saludo, me anunció la ansiada y esperada noticia: El Dr. Gonzalez, el neurocirujano que realmente me había operado, a las órdenes del Dr. Guridi, me citaba para una nueva consulta, que ya se habían encargado de tramitar con la seguridad social ellos mismos, evitándome los trámites burocráticos de las últimas consultas.

Después de varios días, Marian y yo nos plantamos delante del neurocirujano, que, después de excusarse por los más de dos meses sin noticias, me expuso las opciones que tenía, vistos los resultados (a su juicio, poco satisfactorios, pero que a mí me han dado la vida), todas ellas haciéndome pasar de nuevo por el quirófano, repitiendo, una vez más, todo lo vivido en la operación, y haciéndome retrotraerme a hace casi ocho meses, cuando me tuve que hacer todas las pruebas previas a la misma.

  • De todas las opciones posibles, la mejor es añadir un electrodo nuevo en paralelo al que ya le está funcionando bien, en su lado izquierdo, para controlar el temblor de su lado derecho, —comentó, con voz pausada, denotando tranquilidad.
  • Ya de paso, y si todo va bien, quitaremos el electrodo que controla su lado izquierdo, porque ahora mismo está apagado y no le está produciendo ningún efecto, -indicó, con la misma voz pausada.
  • Aprovecharemos y cambiaremos tanto el neuroestimulador —que el llamó “la pila”—, y pondremos unos electrodos mejorados, que son capaces de concentrar la energía de una manera más direccional, atacando más directamente a esas neuronas rebeldes que le están provocando el temblor.
  • En todo este tiempo, hemos estado estudiando detenidamente su caso —continuó—, y creemos que esta es una de las mejores opciones, intentando no poner en riesgo lo que ya ha conseguido.

Antes de poder replicar, y, adivinando lo que se me estaba pasando por mi maltrecho cerebro, continuó:

  • Como creemos que es lo mejor para usted, y que es mejor hacerlo cuanto antes, le hemos reservado dos huecos en el quirófano, uno el día 16 de febrero, y otro el 24, por si acaso —apostilló, disparando casi a bocajarro.

Miré a Marian interrogándole con los ojos, y ella me dijo, emocionada, que era mi decisión, y que me apoyaría en lo que hiciera falta.

Desde entonces, he estado unos días en stand-by, pasando por una especie de mini duelo, intentando digerir la noticia.

Sacando fuerzas de flaqueza, escuchando a los demás dándome ánimos, intentando no pensar demasiado en cuentas atrás de siete en siete, ni en interferencias de radio, ni en temas técnicos de esta nueva “actualización de firmware”, necesaria y esperemos que suficiente, y sin poder terminar de escribir esta interminable entrada.

Hasta que ha llegado el día de hoy, 2 de febrero, y he recordado que es el día de la marmota. Esa versión americana -salvando las distancias -de nuestro “brujo del Goierri”, en la que unas cuantas personas se dedican a observar e interpretar subjetivamente la forma en la que la marmota Phil se despereza y sale de su letargo invernal, y de esta manera predecir el final del invierno.

Y, he pensado en que tengo que ponerme otra vez en el papel de Bill Murray en “Atrapado en el tiempo” y protagonizar mi propio día de la marmota en el quirófano, volviendo de nuevo a la casilla de salida… y que, como él en la película, esta vez me conozco al dedillo las etapas por las que tengo que ir pasando, y que, sí que sí, las iré concluyendo, una a una, sin problemas.

Faltaría más.

Después de todo, la cosa está en ponerme otro “alambrillo” en el cerebro, 😏.

Y he podido terminar, por fin, esta entrada, el 2 de febrero, día de la marmota.

Un nuevo día de la marmota

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