Desconectado

26 jul 2020 · 4 mins

Querido diario.

Bueno, no sé si dirigirme a ti con ese nombre, dado la forma en la que te estoy tratando últimamente.

Bien podría llamarte “mensuario” o, al paso que te voy escribiendo, anuario.

Desde la última vez que volqué en ti mis pensamientos han pasado unas cuentas cosas. Entre ellas, la más importante y valiosa, el tiempo.

No puedo ponerte la típica excusa, tan socorrida y manida, y a la par tan peregrina, de que se me haya secado la fuente de la inspiración.

No. No es eso.

Simplemente, soy humano, y las pocas neuronas sanas que aún me quedan se han dedicado a remar en otra dirección (o sentido, según se mire), maniatadas, de manera forzada, a los remos de la galera romana en la que se ha convertido mi maltrecha cabeza, navegando por mis mares interiores.

Al ritmo de mi tam-tam interior han echado el resto, primero aprendiendo a enfrentarse a ese encierro forzoso, que alguien intentó suavizar disfrazándolo con la palabra confinamiento, conjugando el verbo teletrabajar, que en mi caso fue a media jornada.

Después llegó la mal llamada nueva normalidad, y con ella, el estrés del trabajo, ya presencial, en la oficina.

Y con él, un nuevo avance de Parki, conquistando definitivamente mi pie derecho, y haciéndose más fuerte en los territorios de mi maltrecha mano.

Siendo sinceros, es complicado manejar la situación.

Todo empezó con el ligero movimiento del pulgar de mi mano, y ahora, en los peores momentos, la mano y el pie se sincronizan y se agitan a una frecuencia endemoniadamente rápida e incontrolable.

En ese momento es muy difícil detener este movimiento involuntario.

Tu cuerpo se desconecta de tu mente y te entra una ansiedad increíble.

Te invade la desazón porque no sabes muy bien qué hacer ni cómo actuar.

Muchos lo ven y me dicen de manera incrédula: Chico, páralo con la mente.

Pero no. No es posible.

La única forma es tensar el resto de los músculos para retorcer la mano y el pie hacia posturas irreconocibles.

Recordar los ejercicios hechos en fisioterapia y respirar.

Respirar y esperar.

Esperar y dejar pasar el tiempo.

Dejar pasar el tiempo y desviar tus pensamientos.

Desviar tus pensamientos hasta que el ataque acaba, por agotamiento físico y mental, o porque la nueva dosis de medicación comienza a fluir por el cauce seco de las neuronas, como un torrente de agua sanador y reparador.

Ahora toca entrar en boxes, y reglar de nuevo motores.

Hacer que mi Doc particular, encarnado en la persona de mi neurólogo, cambie la fórmula de sus leños de energía, haciendo que ardan más lentos y así hacer que el Delorean de mi cabeza no se pare y circule sin problemas.

Espero, querido diario, no haberte asustado demasiado.

Simplemente quería dejar escrito en ti lo que se siente, por si alguien, buscando comprensión o respuestas, las encuentra en tí, reflejadas en las sosegadas aguas de tus entradas.


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