Ya han pasado quince días desde nuestro auto encierro.
Siempre intento escribir de manera imparcial, pero esta vez no lo puedo hacer.
Ni quiero, ni debo.
No sé cómo te sientes tú, pero yo tengo un popurrí en mi interior, un revoltijo de sensaciones en el estómago que no sé muy bien como expresar con palabras.
Por un lado, me siento un poco como Bill Murray en aquella película de los 93, “el día de la marmota”, repitiendo una y otra vez el mismo monótono día, atrapado en la misma rutina.
El mío comienza cada mañana a las seis y media, día sí y día también, haga sol, llueva o nieve, desde hace cuatro años, con mi móvil zumbando y tocando su melódica alarma, intentando, inútilmente, arrebatarme de los brazos de Morfeo.
Me figuro que, como tú, una vez los ojos se han adaptado a la cegadora luz de la endemoniada pantalla, abro el WhatsApp o el Facebook, y me quedo asombrado, mirando los cientos y cientos de memes que circulan por la red estos días, fruto de la imaginación, ingeniosa y hasta enfermiza que tienen algunos.
Día tras días me aseo, y malgasto mi tiempo holgazaneando hasta la hora de desayunar, recriminándome a mí mismo por no hacer mis ejercicios de fisioterapia matutinos.
Después me pongo a “teletrabajar”, aunque a medio gas, compensando parte de la jornada con mis eternas vacaciones, esas que nunca he podido disfrutar completas y que, al cabo del año se van acumulando, no sé muy bien si en el debe o en el haber, de ese plan contable que tengo por vida.
La tarde sigue con un poco de ejercicio físico y mental, practicado en el improvisado gimnasio del salón de casa, y añadiendo palabras satánicas a mi diccionario vital, como Gym Virtual, Zumba Step o Full Body.
No pueden faltar tampoco las escapaditas al balcón.
Algunas fijas, como para aplaudir a toda esa gente que sigue al pie del cañón, arriesgando sus vidas por salvar a los de otros, da igual del gremio que sean, y de las que uno se siente orgulloso.
En definitiva, día tras día la misma rutina, sin saber muy bien por donde cortar la semana.
Pero, por otro lado, me siento indignado.
Por que todavía hay gente que le quita hierro al asunto y están cegados porque no ven el verdadero problema.
Memos, ilusos e ignorantes, capitaneados por Donald Trump, Boris Johnson, Bolsonaro o Wopke Hoekstra, el ministro holandés de Finanzas, de tan impronunciable nombre.
Que nos niegan su ayuda, mal juzgando, criticando y pidiendo explicaciones, preguntándonos que hemos hecho durante todos estos años después de la crisis del 2008.
Ellos no han visto el sufrimiento de la gente.
Aceptando trabajos mal pagados, muchas veces por horas y hasta por minutos.
Haciendo malabares para llegar a fin de mes.
No han visto los desahucios ejecutados inmisericordemente por los bancos, esos a los que salvaron el culo sin dudar, sin preguntar y sin pedir apenas explicaciones.
Tampoco han visto como hemos ido perdiendo todos los derechos que conquistaron nuestros mayores con su esfuerzo, esos que ahora pretenden quitarse de un plumazo, porque asfixian las UCIS de los hospitales.
También tengo clarísima una cosa.
Saldremos de esta, porque siempre lo hemos hecho. A base de aplausos, de unión, constancia, sufrimiento, y, sobre todo, del apoyo de la gente de base, de los que estamos al pie de calle, en el barro.
Con más memes ingeniosos.
Con menos memos ilusos.