Unidos, pero no revueltos

15 mar 2020 · 5 mins

Hace tiempo que no escribo, y menos de madrugada, con lo mal que le sienta a mi castigado cuerpo.

En mi cabeza iban surgiendo ideas para hacerlo, pero desaparecían del cielo de mí consciencia, como nubes algodonadas mecidas por la brisa del suave viento de esta adelantada primavera.

Hasta que apareció él.

Si, ya sabes quién, ese que tenemos todos en mente.

El rey de los virus, el coronavirus.

Ese bichito del que al principio nos mofábamos por su rimbombante nombre, tan antimonárquico.

La inconsciencia algo infantiloide que tenemos todos en nuestro interior, hizo que desestimáramos su importancia, tan lejano en la distancia como estaba, en china, a miles de kilómetros de nosotros.

¿Cómo va a llegar hasta aquí un “bicho” tan minúsculo? Quita, quita, eso es una gripe muy fuerte, pero nada más…

En pocas semanas ese ser diminuto ha ido invadiendo continentes, países, ciudades y pueblos, como el mejor de los emperadores romanos, hasta llegar sigilosamente a tocar en la puerta de nuestras casas.

Plantándonos una bofetada en la cara, trayéndonos a la realidad, sacándonos de nuestro sueño ególatra de ser supremo y hegemónico de la naturaleza.

Porque ni conoce razas, ni conoce religiones.

Le da igual cómo pienses, tus ideas políticas o qué idioma hables.

Se introduce en tu cuerpo de manera sigilosa, y espera paciente a propagarse, hasta que decide manifestarse en ti, cuando ya es demasiado tarde para poner remedio y mitigar sus efectos.

En estas semanas he visto, oído (y he dicho, por supuesto), de todo.

Desde “mofarnos” viendo como los chinos construían sus hospitales en tiempo récord, diciendo que ¡aquí, pa’ rato!

De empezar a poner la atención en el mapamundi y fijar la mirada en la forma de bota de Italia, cuando allí iban cerrando escuelas y sitios de ocio hasta hacer zonas de exclusión, de las que huía la gente con pavor.

De los primeros casos aquí, en España (o en el estado español, da igual como quieras llamarlo).

De oír las recomendaciones de cómo lavarnos bien las manos y de familiarizarnos con las palabras “gel hidroalcohólico”.

De quedarte atónito de como se vaciaban las estanterías de los supermercados.

O de ver el terror asomando en los ojos de mi anciano padre, diciéndome que eso del virus era algo que habían inventado los gobernantes para quitarse de en medio a los mayores.

Porque es verdad, hace daño en lo que más nos duele, en nuestros mayores.

Cruelmente, como el mejor de los caballos de troya, entrando sigilosamente en el cuerpo de nuestros pequeños, que abrazan y besan con amor a sus abuelos al salir del cole, de manera inconsciente.

La única manera de frenarlo, de evitar su contagio de momento, es que seamos responsables y que pongamos medidas.

Y, cómo siempre, hemos esperado al último momento.

Como el rebaño de ovejas, esperando a ser guiadas por el pastor.

Tropezando otra vez en la misma piedra, sin aprender del pasado.

Ahora es tiempo de pasar a la acción, porque todavía no es tarde.

De quedarnos en nuestras casas, aislados, intentando parar el avance de la enfermedad.

De olvidarnos por unas semanas de las cervecitas en las terrazas, de los parques, de las fiestas y reuniones familiares.

De extremar las precauciones al salir de casa, siempre y cuando sea imprescindible.

De mantener la distancia, de evita que te contagien, pero, sobre todo, de evitar contagiar a otros, por mucho que creas que tú estás sano.

De ser solidarios, y de ayudar a los demás.

Y si todo esto se te olvida, asómate a los ojos de tus mayores, y recuerda el sacrificio que ellos hicieron antes por ti.

Ahora mismo son las 6:15 de la mañana y todavía es de noche.

Por la ventana sólo veo la calle desierta y semi oscura, apenas iluminada por la luz tenue de las farolas.

Alzo la vista e intento escudriñar con mis cansados ojos, fijando la mirada en tu ventana.

Y te imagino a ti, durmiendo en tu cama.

Acurrucado entre tus sábanas, inmerso en tus sueños, plagados de incertidumbres del que pasará mañana.

En serio, por favor, seamos responsables, sólo así venceremos.

Unidos, pero no revueltos.


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