Querido diario.
Perdóname.
Hace tiempo que, con mi pluma, no hago cosquillas en las entrañas de tu alma.
Hace ya más de dos meses que te dejé plantado, expectante y pendiente de la evolución de mis clases natatorias y de mi paseo en Kayak, que tanto significaban para mí.
Justo entonces, antes de acabar las clases de yoga, descubrí una frase de Marcel Proust, garabateada con gracia en la pared de la sala, y que se quedó grabada desde entonces en mi alma.
Me resultó curioso, porque llevaba tiempo, precisamente, pensando en eso.
En que todo a mi alrededor había ido cambiando, casi sin apenas darme cuenta.
Realmente, el que había cambiado era yo, y sin haber sido consciente de ello.
También pensé que había cerrado una etapa vital, que estaba en paz conmigo mismo y que estaba preparado para la siguiente.
Era como si hubiera conseguido atravesar, por fin, mi propio lago helado de las inseguridades, en el que, a cada paso, la piel se te estremece y se te eriza, temblando sin control (vaya ironía), al oír el sonido del crujir del hielo, soportando todo el peso del cuerpo.
Cada uno tiene su propio lago helado que atravesar.
A veces, la distancia al otro extremo puede ser kilométrica.
A menudo, la capa puede ser tan fina como un papel de fumar, provocándonos pavor.
Pero en realidad, lo difícil es vencer el miedo, dar el primer paso y atravesar el lago.
Para algunos el lago es vencer la ansiedad provocada por la rutina del día a día y del trabajo o de la enfermedad.
Para otros es luchar por liberarse del yugo del desamor.
Hace apenas unos años no hubiera sido capaz de lanzarme a la piscina para aprender a nadar.
Ni hubiera cogido, decidido, el remo del dichoso Kayak para atravesar el Congost de Mont Rebei.
Ni, mucho menos, hubiera subido montañas, ni, sobre todo, bajarlas, apoyado en la base minúscula de unos simples bastones.
A veces, mi archi-ene-amigo Parki me intenta vencer, oprimiendo mi cuerpo con el peso del lastre de la ansiedad, al hacer que me cambien la medicación, y que me visiten de nuevo los fantasmas del pasado, castigando mi pie derecho y haciéndolo temblar, recordándome que está latente, agazapado, escondido detrás de todos mis logros y felicidades.
Y, aun así, a pesar de todo, me siento pleno.
Aquel día también ocurrió una cosa.
Omkar me sacó de mis pensamientos al insinuarme, con la más tierna de sus delicadezas, que me apartara de su lado y que dejara sitio a una de sus antiguas alumnas, que observaba la situación con incredulidad.
Me aparté, farfullando para mis adentros, casi sin comprender, frunciendo el ceño.
Pero después con el paso de los minutos, recapacité, y pensé que debía merecérselo más que yo, respetando la decisión de Omkar.
Desde entonces, cada milisegundo, esa mujer me acompaña todos los días por el sendero sinuoso de la vida.
Queriendo compartir su camino vital conmigo.
Llenando los huequitos que faltaban por rellenar en mi vida, completando las piezas del puzle de mis más anhelados deseos.
Haciendo que de un plumazo desaparezcan de mi todas mis tristezas, dibujando en mi cara una sonrisa de oreja a oreja.
Y que camine, decidido y sin miedo, por el hielo de ese dichoso lago.
Llenando, poquito a poco, y mutuamente, huequitos faltantes.
Te quiero, libélula.
Gracias por llenar mis huequitos.