Ayer en clase de yoga hicimos un ejercicio interesante.
Formamos grupos de tres personas, y Omkar, mi maestro de yoga, formuló tres preguntas, que tuvimos que responder en voz alta al resto de compañeros, por turnos.
En la primera pregunta debíamos responder qué quisimos ser cuando éramos pequeños.
En la segunda, debíamos nombrar tres de nuestros juguetes favoritos.
Y en la tercera, que sueño nos hubiera gustado cumplir, sabiendo de antemano que iba a ser un éxito, y que no se interpondrían nuestros miedos.
Omkar tiene una facilidad pasmosa para agitar la manta del tiempo y destapar a ese niño tímido que llevo dentro.
Me vi sentado en el suelo de la sala de estar, en casa de mis padres, junto a mi hermana, con apenas unos años, fabricando con las piezas de mi Tente la versión mejorada de Mazinger-Z.
O propulsando con la fuerza de mis brazos aquella nave espacial, hasta alcanzar la velocidad de la luz, en la que un Click astronauta surcaba el espacio de mi universo imaginario.
O ya más mayor, encendiendo, maravillado, una bombilla conectada a una pila de petaca, descubriendo por primera vez los principios de la electricidad.
Con las entrañas revueltas me agité y volví a recordarme aporreando las teclas de la máquina de escribir que me regalaron mis padres, haciendo mi primera y única revista de prensa, en la que contaba, a doble columna, noticias y chascarrillos sobre mi familia.
Después, el tiempo y las circunstancias hicieron que aquel niño se encerrara en una cárcel de cristal, guarecido de sus miedos, con acceso restringido a familia y amigos más cercanos, intentando evitar que le hicieran daño, cuando, sin saberlo, se lo estaba haciendo así mismo.
Y se fue llenando de inseguridades, hasta olvidar realmente quien era.
Impensable hablar con una chica sin ponerse rojo.
Imposible pasar por un pasillo de gente sin agachar la cabeza, avergonzado.
Muy difícil confiar en alguien, pensando que más temprano que tarde le iban a acabar haciendo daño.
Durante un tiempo aquel niño deseó con todas sus fuerzas volver atrás en el tiempo, y corregir lo que creía que eran errores, secando las lágrimas saladas que empapaban su almohada cada noche, en la oscuridad de su soledad.
Hoy, más calmado, he vuelto de clase de natación, paseando lentamente, recorriendo sin prisa el camino hasta mi casa, iluminado tenuemente por el hilito de una luna colgada del cielo, acompañado por el sonido suave del movimiento de las hojas de los árboles al mecerse por el viento.
Y aquel niño tímido ha sonreído.
Porque ha descubierto que finalmente se levantó de la cama.
Que es capaz de franquear el muro invisible de sus miedos.
Que sonríe cuando una compañera le dice que es muy decidido en el agua, y que da confianza.
O cuando responde, ruborizado, los mensajes de mucha gente que le da palmadas en la espalda, animándole con fuerza a seguir por el camino que ha emprendido.
Porque ha sido él,
Aquel niño tímido.