El examen sorpresa

1 feb 2019 · 4 mins

Ayer Omkar, mi maestroamigo de yoga, nos hizo un examen sorpresa al comenzar la clase.

Teníamos que ponernos delante de los demás, en grupos de tres en tres, y hacer una serie de saludos al Sol.

Y al oír sus palabras, no pude evitar traer a mi mente la imagen de aquel adolescente gordito de 14 años, delante de toda la clase de primero de B.U.P. en el gimnasio del instituto, intentando romper su burbuja de timidez, con la cara roja como un tomate, realizando aquel examen de educación física, que sí o sí tenía que aprobar para pasar de curso.

Nunca fui capaz de saltar ese endemoniado Plinto.

O hacer el pino por mí mismo.

Ni mucho menos colgarme en el larguero de una portería para hacer flexiones, por más que lo intenté.

El lastre de mi vergüenza era más pesado que mi propio cuerpo.

Lo más fácil hubiera sido renunciar, poniendo alguna excusa tonta.

Pero no lo hice.

En lugar de eso, me calé el sombrero de Napoleón unas semanas antes y tracé una estrategia: Dependiendo del grado de dificultad, cada ejercicio contaba más o menos puntos, y podía hacer tantos como quisiera.

Así que me armé de valor, y empecé a rellenar mi actuación estelar con volteretas, unas veces hacia adelante, otras hacia atrás, al tiempo que recorría grácilmente la hilera de colchonetas de un extremo al otro, o pedía apoyo a uno de mis compañeros, para que me ayudara a hacer unos cuantos pinos, mientras que en la lejanía se oía alguna que otra risita cruel, rompiendo el silencio sepulcral del gimnasio.

Recuerdo acabar medio desorientado y mareado, por la falta de oxígeno y el rubor de mi cara.

Pero también recuerdo la voz grave de mi profesor de gimnasia, repasando sus notas, al tiempo que me miraba de arriba abajo, diciéndome que había aprobado con un seis.

Aquel día aprendí una valiosa lección, que me ha acompañado desde entonces: Si logro vencer mis miedos, y rompo mis barreras, con esfuerzo, soy capaz de todo.

Así que esta vez, con la seguridad que da la experiencia de los años, me puse delante de mis compañeros a hacer los saludos al Sol.

Intentando visualizar en mi mente las explicaciones de Omkar, que tantas veces nos ha repetido, pacientemente.

En lugar de eso, me vi a mí mismo cada mañana, en la semioscuridad de mi salón, apenas iluminado con mi lámpara de sal, oliendo el aroma de mi barrita de incienso, escuchando de fondo una música relajante y haciendo mis ejercicios antiparkinsonianos, seguidos de unos cuantos saludos al Sol y otros ejercicios aprendidos a base de sudor y esfuerzo encima de mi castigada esterilla, acabando sumergido en el mar calmado de la meditación.

Ayer no lo hice perfecto, ni mucho menos, ni tampoco era mi intención.

Ahora que lo pienso, tampoco busco la perfección, sólo superarme y estar a gusto conmigo mismo, llenando esos huequitos que todos tenemos en nuestro interior.

También sé que el objetivo de Omkar, lo sé de muy buena tinta, no era ponernos nota.

Su objetivo, en mi modesta opinión, es que mirásemos en nuestro interior para autoevaluarnos: Que en nuestra mente surjan más preguntas, dudas y desafíos, subiendo el listón de nuestra superación.

Ese es la clave.

Ese es el verdadero examen sorpresa.

 

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