Hoy, como cada día, me he levantado a las seis y media de la mañana, y así tomar mi primera dosis de pastillas.
Cualquier mortal las engulliría medio dormido, con los ojos cerrados y legañosos, y arrastraría sus pies en la semioscuridad de la habitación, hasta encontrar la cama recién abandonada, para, sin dudarlo, lanzarse en plancha y acurrucarse entre los brazos de Morfeo.
Como yo soy más raro que un perro verde, en lugar de eso, castigo mis articulaciones hasta que siento un dolor liberador y entran en calor, primero con mis ejercicios y después con el yoga.
Pero como hoy es un día especial, he encendido mi ordenador y me he puesto a escribir, saltándome mis ejercicios y esculpiendo en palabras escritas mis pensamientos.
Ah, que no lo he dicho.
Hoy es un día especial.
Hoy es Nochebuena.
Y ahora pensarás… “ya… y mañana Navidad”.
Si, lo sé.
Mañana también será Navidad, pero todo a su tiempo. Qué manía con correr…
Me encanta este día, porque es un día en el que se respira paz.
O al menos eso me lo parece a mí.
Normalmente vamos acelerados, sin mirar alrededor, perdiéndonos todos los detalles de la vida.
Inmersos en nuestras preocupaciones, intentando nadar para no ahogarnos en nuestro propio vaso de agua, que desde nuestro punto de vista es una gran masa agitada que nos intenta engullir sin piedad, pero que cuando te alejas y lo ves en perspectiva, en realidad no es así.
Pero hoy es Nochebuena, y, quien más, quien menos, se toma una tregua y frena un poquito su ritmo.
Bajamos la cadencia de nuestros pasos para que nos alcancen nuestros seres queridos, hasta que, poco a poco, se van uniendo a nuestro caminar nuestras familias y amigos, aquellos que ves prácticamente todas las semanas, pero también los que hace un año que no has visto, y que estás deseando beso-abrazar.
Y te fijas en muchos detalles que normalmente pasan delante de ti, inadvertidos, como estrellas fugaces en el horizonte.
Estoy mirando por la ventana y todavía no ha amanecido.
Hay una luz amarilla, muy tenue, proveniente del alumbrado público, y también una espesa niebla, que engulle todo y que prácticamente no deja ver nada delante de mis ojos.
De vez en cuando, como un faro en medio de la tormenta, se distingue una luz más intensa, saliendo de alguna ventana.
Si pudiera alcanzar con la mirada la vivienda de mis padres, los vería desayunando en la cocina, planificando la noche de hoy. Hablando, mientras mi madre cocina la bechamel de los tigres, que a mi cuñado tanto le gustan, y mi padre parte nueces y avellanas, mientras disimuladamente se lleva alguna a la boca.
O a mis sobrinos en su habitación, correteando nerviosos y alterados, deseando que los minutos pasen en microsegundos, esperando los regalos que Olentzero, como cada año, traerá del monte y dejará en casa de la amatxi.
Apenas hay coches circulando por las calles, y los pocos que hay van despacito, rodando perezosos, remolones, llevando a sus resignados viajeros al trabajo.
Por lo demás, silencio.
Poco a poco mi pueblo/barrio irá despertando, pero pausadamente, sin prisas.
Porque hoy se respira paz.
Y porque hoy es un día especial.
Feliz Navidad a tod@s.
Que la niebla de vuestro camino se despeje y os deje disfrutar de lo que realmente importa.