Hoy no te iba a escribir

31 oct 2018 · 3 mins

Aunque es difícil olvidarme del día en que te conocí, hoy no te iba a escribir.

Fue un 30 de octubre, de hace ya dos años.

Aquella mañana mi hermana me acompañaba al neurólogo, para recibir el resultado de todas las pruebas que me habían hecho durante el verano.

La analítica.

El scanner en mi cabeza, ultra rápido, que apena duró dos minutos.

Y el DatScan, aquel potro de tortura donde te sujetaban la cabeza para mantenerla inmovilizada, mientras mi brazo no paraba de temblar y yo me esforzaba por detener el temblor de mi cabeza con todos mis músculos, al tiempo que el scanner tomaba imágenes de mi cerebro, describiendo 360 grados, alrededor de mi cuerpo.

Fueron cerca de 45 minutos que me resultaron eternos, luchando contra mi cuerpo para que todo saliera bien, intentando tener entretenida mi mente, calculando cuantos “tajos virtuales” debería dar el scanner, hasta completar una imagen en 3D de mi cerebro, teñido previamente con el radiofármaco que horas antes me habían introducido por vía intravenosa.

Y llegó el momento en el que se despejó la X de la ecuación de mis dudas.

De aquel día me quedo con varios recuerdos.

La mirada compungida de mi neurólogo, al darnos la noticia.

El abrazo de mi hermana a la salida de la consulta, y su extrañeza por verme tan entero.

La cara de incredulidad de mis padres al decírselo, intentando quitarle hierro al asunto, para que no se preocuparan demasiado.

El viaje en coche hacia el trabajo, jurándome que iba a aprovechar cada minuto de mi vida.

Y ya por la noche, el contárselo a mis amigos Oscar y Esti a la salida de un bar, de camino a casa, entre gente disfrazada, irreconocible por el maquillaje.

Hoy no te iba a escribir.

Pero, que casualidad, hoy también me he encontrado a mis amigos, así que, al llegar a casa, me he sentado delante del ordenador, para escribirte estas palabras.

Ya me he peleado unas cuantas veces contigo, enrabietado porque no me dejabas en paz, hasta hacerme caer.

Al año de habernos conocido, conseguiste que me quedara en la cama, todo mareado, y hacerme pensar que no iba a poder levantarme, y que mi vida iba a ser esa, siempre tumbado, sin poder hacer nada más.

Pero conseguí levantarme, y volver a subir montañas.

Y ser más cariñoso, y exteriorizar mis sentimientos, como nunca lo había hecho, intentando hacer felices a los que me rodean.

O valorar más los detalles de mi vida, por muy diminutos e insignificantes que parezcan.

E, incluso, recibir con agrado los sopapos (figurados) de mi hermana, cuando más me los merezco, devolviéndome a la realidad, despertándome de la pesadilla del mar de mis incertidumbres.

Has conseguido hacérmelo pasar mal.

Pero también has aflorado lo mejor de mí, la mayor de mis fortalezas.

Por eso hoy te escribo.

Hoy, que no te iba a escribir.

 

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