Esta tarde he ido a verte al hospital.
Si, ya sé que no es nada, que es una pequeña operación en tu orejita, que mañana volverás a casa y que tu madre, cuando lea esto, me va a decir que estoy tonto.
Pero a mí eso no me importa.
Hace tiempo que no me importa decir lo que siento, y menos a vosotros, a ti y a tu hermano mellizo.
Desde que oí por primera vez vuestras vocecitas, hace ya once años, lloriqueando en los brazos de vuestros padres, os adueñasteis de mi corazón, me lo robasteis por completo.
Por eso, cuando te he visto con la carita triste y muy seria, abrazada a tu osito, ese osito que tantas veces ha remendado tu amatxi, mi madre, me han dado ganas de llorar.
Ibas vestida con una bata de hospital amarilla, muy colorida y llena de superhéroes que te daban fuerza, y con un pantalón de pijama que sé que estrenabas, porque se lo habías enseñado a los abuelos poco antes de irte esta mañana, toda presumida y contenta.
Te he preguntado si te dolía, y tú, fuerte como toda una mujer, has dicho que no, mientras tu hermano revoloteaba alrededor, esforzándose en mantenerte animada, poniendo su mejor cara de niño bueno y diciendo que todos los de tu clase, todos sin excepción, le habían preguntado por ti.
Te he ofrecido mi mano para consolarte, y me la has cogido despacito, con cuidado, como hace ya muchos años tu madre lo hacía, cuando éramos pequeños y cruzábamos juntos el paso de cebra, al tiempo que con la otra mano alborotaba la cabeza de tu hermano, que se pegaba a mí, un poquito celoso.
En ese momento me han entrado ganas de llevaros lejos, muy lejos.
De subiros a aquel autobús imaginario de vuestra infancia, cuando íbamos de Pamplona a Donosti haciendo decenas de escalas, mientras imitaba con mi voz el sonido grave del motor, y os zarandeaba simulando el traqueteo producido por los baches de la calzada.
Quiero decirte que seas fuerte, y que en nada estarás otra vez bien.
Que volveremos a sumergirnos en internet, buscando dibujos en mi ordenador, para que los colorees con los lápices comprados en la papelería de mi infancia.
Que en nada te volverás a adormilar en mi regazo, viendo juntos por enésima vez tu película favorita.
Que casi sin que te des cuenta, cogeremos de nuevo un autobús cualquier sábado por la mañana y recorreremos la ciudad, en busca de nuevas tiendas de manualidades, donde se te iluminarán los ojitos mientras correteas nerviosa de aquí para allá y a mí me haces el tío más feliz del universo, por querer compartir tu tiempo conmigo.
Por muy mayor que te hagas, y mi recuerdo se pierda en tu olvido, quiero decirte… que te quiero.