Ayer tocaba concierto heavy.
Normalmente voy con mis amigas “las hermaníssssimas”, pero esta vez no fue así.
Tenía una deuda pendiente con mi amigo de toda la vida Raúl, que, aunque el tiempo le ha hecho perder su pelo largo y rizado, nunca le robará su corazón metalero, su “Metal Heart”.
Ese corazón que he visto latir con fuerza, con cada riff de guitarra de Accept, Helloween o Manowar.
Al concierto también se apuntó mi amigo Oscar, y una persona muy especial, Olaia, la hija de Raúl y Juana.
Nosotros ya tenemos unos cuantos conciertos a nuestras espaldas, pero para ella, Olaia, recién salida del instituto, era el primero “de los serios”.
Es un poco paradójico.
Tiene la edad en la que nosotros empezamos a salir en cuadrilla, y es como si se hubiera cerrado un círculo: Ahora nos toca a nosotros hacer el papel “responsable” en la película de la vida.
Tiene la edad en la que uno se revela de todo, cegado por miles de hormonas adolescentes recorriendo el cuerpo a toda velocidad, de manera endiablada, y en donde descubres que tus padres no son perfectos, cayéndose del pedestal idealizado al que injustamente les subiste cuando eres un niño pequeño.
Raúl estaba pletórico.
En parte porque íbamos a un concierto, juntos.
Y en parte porque su hija nos acompañaba.
Y le comprendo perfectamente, porque para él significa mucho.
Par él, como para todos los padres, su hija siempre será su niña pequeña.
Esa niña pequeña que corría despavorida hacía sus brazos, huyendo de los monstruos imaginarios que transformaban sus sueños en pesadillas.
O que siempre quería subirse a sus hombros en sanfermines, al paso de los gigantes y los kilikis.
O que se moría por salir al escenario en el espectáculo del Loro Park en Tenerife, cuando era una mocosa que no levantaba dos palmos del suelo.
Por mucho que pase el tiempo, se independice y acabe teniendo hijos, para Raúl, como para cualquier padre, siempre será su niña pequeña.
Ella ahora no lo sabe, pero llegará un día en el que lo descubrirá, al volver su mirada hacia el pasado, como hemos hecho todos y cada uno de nosotros.
Para ella ahora es un tiempo de guerra y de peleas.
De tira y afloja, de tensar la cuerda de la relación con sus padres, hasta casi romperse.
De sentirse una incomprendida, de no entender porque le tratan así, de manera tan injusta.
De interpretar el papel de víctima y perdedora.
Lo sé perfectamente, aunque no sea padre.
Porque he sido hijo. Y ahora, también, tío.
Por eso, cuando oía sus risas y veía sus caricias cómplices, disfrutando el uno del otro, saboreando unas horas de tregua y de paz, yo estaba feliz.
Por mucho que Parki me estuviera dando por saco, intentando que no disfrutara, agarrotándome el brazo o el cuello, yo estaba feliz.
Y conmigo, lo sé de muy buena tinta, también Oscar.
No hicieron falta palabras.
Sólo me hizo falta mirar a Olaia unos segundos y asomarme disimuladamente al precipicio de sus atormentados ojos.
Para ver su corazón metalero, latiendo con fuerza y emoción en su interior, su “Metal Heart”, casi perfecto y sin cicatrices vitales.
El mismo corazón, exactamente el mismo, que veo al mirar a Raúl cada vez que estamos juntos, por mucho que pase el tiempo o nos separe la rutina diaria.