Rutina, ¡bendita rutina!

23 sep 2018 · 6 mins

Este verano ha sido un poco atípico.

Comenzó “con mala pata”, cuando, intentando emular a aquella copia barata de Superman que era “el gran héroe americano”, acabé comiéndome el último escalón de la escalera que hay en las oficinas de mi trabajo, retorciéndome con fuerza el tobillo izquierdo, desmayándome de la impresión al oír el crujido de los tejidos, mientras que por mi cabeza pasaba la idea de “¡Dios, se acabaron mis vacaciones en Cádiz!”, y que en apenas 15 días iba a disfrutar con mis amigos.

Afortunadamente me recuperé con el tiempo justo para disfrutarlas, a base de fuerza de voluntad y de un “si quieres, puedes”, repetido una y otra vez como una letanía tibetana.

Después llegó mi operación de doble hernia inguinal en el hospital, ingresado en la habitación 313 del pabellón de los desamparados, donde, a parte de la reparación, mallas elásticas de por medio, los cirujanos me regalaron un par de “fisnas” cicatrices en forma de cremallera, hechas con cariño, a base de golpe de grapadora, dignas del mejor jovencito Frankenstein, y que aún hoy me recuerdan que estoy hecho de carne mortal.

Y después la recuperación, primero en casa de mis padres, rememorando los años de juventud, donde mi madre no se separaba de nuestra cama cuando caíamos enfermos y estaba más pendiente de nosotros que de ella misma, y después en mi propia casa, a base de pelis, lectura y algún otro paseo, más corto de lo que a mí me hubiese gustado dar.

Así que cuando llegó el momento de la revisión mensual de la operación, y aquella médica infame me dio el visto bueno para reincorporarme al trabajo, después de una exploración táctil de las mallas, dolorosa y a traición como el beso falso de Judas, pensé que por fin podía comenzar de nuevo mi rutina.

Poco a poco cogeré ritmo en el trabajo; empezaré a caminar como lo hacía; volveré a mis clases de yoga…

Sí, para mi ha llegado la rutina, ¡bendita rutina!

Ahora, que el verano está dando sus últimos estertores, empujado por el perezoso otoño, la rutina, esa dama que se esconde en el cajón del olvido en la época de vacaciones, resurge con fuerza.

Para algunas personas es como la bofetada que te devuelve a la realidad después de un hermoso sueño.

Es la vuelta al odioso trabajo; a salir tarde de la mazmorra, sin apenas ver la luz del día.

A hacer lo mismo, día sí, y día también.

Si te fijas la puedes ver entrando en nuestras vidas.

Invadiendo poco a poco las estanterías de los kioscos de revistas, en forma de coches y muñecas coleccionables.

O la tele, con sus spots publicitarios de gimnasios, llenos de gente que en su puñetera vida han sabido lo que es no estar en forma, o sus cursos de idiomas on-line, anunciados por una señorita con un acento perfecto, que ríete tú del de la reina de la pérfida Albión.

O en los atascos camino al trabajo, cada vez más interminables, llenos de ruidos de bocinas y de gente exaltada, porque no llega a tiempo a dejar a sus vástagos en el colegio.

A estas alturas estarás pensando que ya no me quedan neuronas sanas, que estoy loco y que en realidad debería haber dicho que para mi llegó la rutina, ¡maldita rutina!

Pero es que, realmente, no lo pienso así.

Sin rutina los domingos no sabrían a paella de domingo.

Sin rutina las montañas rusas no serían montañas rusas.

Sin rutina no valoraría lo bien que me sienta el volver a las sesiones de fisio, en las que Arantxa me enseña trucos “de andar por casa”, aunque a veces me haga un daño horrible al desatascar mi brazo.

Ni tampoco lo que es volver a casa después de una dura jornada de trabajo, tirarte en la cama agotado, ponerte cómodo e irte a pasear mientras te oxigenas, aunque a veces te toquen un poco la moral, diciéndote sin palabras que es más valiosa la cantidad que la calidad, y tú respondas haciendo un programa ingenioso, con pocas líneas, bien estructurado y hecho en tiempo récord, sintiendo lo que sentías cuando empezaste en esto, hace ya más de veinte años, y recordándote porque te ha gustado siempre tu trabajo.

Ni tampoco valoraría lo suficiente el volver a mis sesiones mensuales de terapia psicológica “juvenil” parkinsoniana, descubriendo que todos los miembros “del club los cinco” estamos bien, y que la semilla de la esperanza ha germinado en uno de ellos cuando menos lo esperaba, haciéndonos a los demás felices, entre bromas y risas.

Para mi la rutina es necesaria, porque te hace valorar todo lo que se sale de ella.

Rutina, ¡bendita rutina!

 

rutina


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