La mejor de mis sonrisas

3 jun 2018 · 4 mins

Ayer fue un día importante, de esos que nunca olvidas.

Mi amiga lunática estaba convaleciente en el hospital, después de haber librado su primera, y, afortunadamente, última batalla, contra ese demonio disfrazado de rosa.

Para endulzar un poco el sabor amargo a cansancio que supone el mal trago, coloqué lo mejor que tengo, la mejor de mis sonrisas, en una latita de bombones.

Y, como lugarteniente de lujo, me acompañó mi amiga larguirucha de la E.G.B., Glori, que lo que tiene de grande, lo tiene de buena persona.

Es curioso lo que tiene la vida.

Cuando estás dispuesto a dar, de manera positiva y desinteresada, normalmente, casi sin quererlo, recibes mucho más.

Primero recibí el abrazo efusivo de su compañero, el herrero barbudo que había forjado a base de martillazos las armas para la batalla, y que, como no podía ser de otra forma, estaba a su lado, sin separarse de ella, ni de noche ni de día.

Con todas mis fuerzas le correspondí, intentando transmitirle que no estaba solo y que me tenía para lo que necesitara.

Mientras, con una mirada de reojo, descubrí que mi amiga estaba agotada por el fragor de la batalla, pero que afortunadamente estaba bien, al ver la sonrisa que se dibujó en su cara cuando Glori le plantó esos besos suyos, cariñosos y ruidosos, y que solo ella sabe dar.

Durante un rato estuvimos hablando, y, al salir de allí, con las pilas vitales bien cargadas, esperando al ascensor, el destino quiso que la hermana de Inés, ese ángel que viaja en silla de ruedas por el mundo, se nos acercara por detrás.

Hacía tiempo que sabía que a Inés le esperaba otra dura batalla en la vida, contra el mismo enemigo disfrazado de rosa, así que no lo dudé ni un nanosegundo.

Es curioso lo que tiene la vida.

Las dos luchando, contra el mismo enemigo.

En el mismo lugar, separadas por unos metros.

El mismo día, y casi a la misma hora.

Con las prisas me pasé de habitación, y al volver sobre mis pasos, la voz grave de su marido Jose salió a mi encuentro, guiándome como un faro guía a los barcos perdidos en la tormenta.

Inés estaba postrada en la cama, agotada, con su eterna sonrisa casi convertida en mueca, por el dolor y el agarrotamiento de su cuerpo, ese que los dos entendemos perfectamente.

Durante un rato se me cayó el alma al suelo, pero me dije: no, nada de ser negativo.

Me armé de valor y le dije que no quería verla así, que la iba a esperar donde siempre, tomando el sol, sentada junto al banco, debajo de su casa.

Hablando y hablando, le oí bromear con su marido, y entonces pensé: olé, olé y olé.

Y entonces consiguió hacer lo que siempre consigue cada vez que la veo: Hacerme sonreír.

Con esa cara de tonto que se le pone a uno cuando descubre que los problemas son relativos, y que todo depende de cómo los afrontes.

Que fácil es olvidarse de lo importante en la vida.

Lo importante no es el trabajo, el dinero, las prisas.

Lo importante es la amistad, el amor, el ser positivo.

Exprimir hasta la última gota el jugo de la naranja que nos ha tocado en la lonja del destino.

Poco a poco, su cara fue cambiando, y una sonrisa, totalmente curva, volvió a iluminar su cara.

Entonces le dije: ¡Así me gusta!

Al tiempo que en mi cara apareció la mejor de mis sonrisas.

 

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