Mi sobrino, cuando algo no le parece bien, sobro todo para sus jóvenes e imberbes intereses, balbucea, en medio de un mar de lágrimas y pucheros ¡No es justooooo!, acompañado de esa mirada de niño “buenico”, como de no haber roto nunca un plato.
Esta misma mañana, mientras le explicaba a mi sobrina, su hermana Nahia, el por qué me temblaba la mano, ha puesto esa misma carita, mientras me decía: ¡No es justoooo!
Da igual lo pequeño o grande que seas, tarde o temprano, irremediablemente en esta vida, acabas diciendo esa frase.
Es triste y duro, pero la verdad es esa.
Acabas gritando ¡No es justoooo! cuando una “manada” de sinvergüenzas se va yéndose de rositas, prácticamente impunes, después de haber forzado y violado sexualmente a una chica, y compruebas que la justicia no es la misma para todos.
También gritas ¡No es justooo! cuando pierdes a tu primer amor, o un poco egoístamente, cuando tus músculos se convierten en piedra o tu mente te abandona, a pesar de todos tus esfuerzos para evitarlo.
O cuando oyes la voz desgarrada de tus amigas, las nietas del hojalatero, clamando al cielo ¡No es justooo! cuando uno de sus amigos íntimos rockeros, repentinamente, sin comerlo ni beberlo, saca un seis en el juego de la oca de la vida y va directamente a la meta, soltando a grito pelado FALLLEEEEEERRRR, dejando a todos boquiabiertos.
A pesar de todo, me niego a terminar así la semana.
Me niego.
No quiero acabar con este amargo sabor de boca.
A mis sobrinos, los consolaré.
A la víctima, la apoyaré incondicionalmente.
A los “desenamorados”, les diré que el tiempo todo lo cura.
A mí… que lucharé con todas mis fuerzas.
Y, a mis amigas…
Sólo puedo decirles que su amigo Willy se ha ido el día en que los Baron Rojo publicaron “Larga vida al Rock and Roll”.
Y que los rockeros, felices, siempre van al infierno.