Hoy estoy pensativo, y también, algo usual en mí, dubitativo.
¿Quién no ha intentado centrar el rumbo y dirigir su barco hacia aguas más calmadas en medio de un océano de dudas?
¿Quién no se ha planteado nunca un “y si…”?
Seguro que puedes rellenar los puntitos suspensivos con cualquier momento de tu vida.
Yo, por lo menos, sí.
Puedes usar el pasado para autoflagelarte con el látigo imaginario de siete puntas, hasta llenar de arañazos tu espalda, volviendo a revivir pasajes de tu historia.
¿Y si hubiera aceptado aquella oferta de trabajo?
¿Y si hubiera dicho que no antes de que fuese demasiado tarde?
¿Y si hubiera sido más decidido y la hubiera invitado a salir?
Con frecuencia, tendemos a olvidar que en aquel entonces el verbo no se conjugaba en pasado, se hacía en presente, y que las circunstancias eran completamente distintas a las que son hoy.
El cristal de las gafas con el que se mira es totalmente distinto con el paso de los años, y, sobre todo, con el de los kilómetros recorridos en la vida.
También puedes usar el tiempo futuro para garabatear en el bloc donde guardas tu ansiada lista de pros y contras, y que sirve para decidir que bifurcación tomarás en la búsqueda de la felicidad.
¿Dejo mi trabajo y me lío la manta a la cabeza?
¿Pongo fin a mi relación y me libero?
¿Acepto esta oportunidad que no asegura mi futuro y dejo mi estabilidad?
¿Tomo esta medicación que a la larga puede ayudarme más y dejo la actual, que me va también?
No me malinterpretes.
No digo que los “y si…” sean malos.
Lo que es malo, como todo en esta vida, es el desequilibrio, los extremos.
En definitiva, el exceso.
Un exceso de “y sis” pasados puede hacer que tu balanza caiga del lado de la depresión.
Y, también, un exceso de “y sis” futuros, puede conducirte a un estado de ansiedad.
Créeme, lo sé por experiencia.
Yo también me he castigado por lo que hice o no hice, imaginando una nueva línea temporal en el paradigma del espacio-tiempo, regresando al futuro una y otra vez, tomando prestado el DeLorean de Marty McFly.
Uno no se da cuenta de que el pasado es eso, pasado, y que puede ayudarte a tomar mejores decisiones, aprendiendo de tus propios errores, y, que, sobre todo, es TUYO.
Y que plantearse futuros lejanos tampoco tiene demasiado sentido, porque hay múltiples variables que influyen, y que son más fuertes que tu propio deseo, haciendo que en el último momento cambie irremediablemente, sin que lo puedas evitar.
Tampoco digo que no haya que plantearse los “y sis”.
Sin “y sis” no avanzaríamos.
El otro día vi en Instagram una foto que me impactó, por lo gráfica que era.
En ella aparecía una figura humana, atrapada en una especie de agujero, agachada y con las palmas de las manos extendidas hacia un pequeño fuego, que se veía calentito y reconfortante.
Y, a su espalda, unas escaleras, al parecer invisibles para ella, y que le hubieran permitido salir y no conformarse con los pobres rescoldos.
Siempre que me empiezo a plantear un ¿y si…?, acabo, irremediablemente, recordando una de mis películas favoritas.
No, no es “Isi/Disi, Amor a lo bestia”, de Santiago Segura y Florentino Fernández.
Es ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra.
Para algunos no es más que un bodrio navideño que repiten y repiten en la tele hasta la saciedad en Nochebuena.
Pero para mí es algo más, porque me hace reflexionar.
Su título original es "It’s A Wonderful Life”.
Aunque yo la hubiera titulado “It’s YOUR Wonderful Life”.
Es TU maravillosa vida.