Yo para ser feliz…

15 abr 2018 · 5 mins

El otro día en la tele pusieron un programa sobre el Parkinson, en el que entrevistaron a varios invitados, para conocer su experiencia con la enfermedad.

Salvando las distancias y las buenas intenciones, que en ningún momento dudo, el presentador estaba empeñado en hacer sobre todo dos preguntas a los invitados, mientras los miraba y no paraba de sonreírles, mostrando sus blancos dientes Profident:

  • ¿Cuándo “has cogido el Parkinson”?
  • ¿Eres realmente feliz?

Y al instante mi cerebro se activó y pensé: “joer” que preguntas.

Respecto a la primera, me figuro que fue la manera incorrecta de expresarse, porque no creo que realmente pensase que “se coge”, como si fuese una enfermedad contagiosa.

Yo le hubiera contestado que contagiosa no es, pero si muy invasiva, porque invade toda tu vida y la de tu entorno, sobre todo al principio, cuando te lo comunican en la consulta “oficialmente”, y te ponen en frente de tres médicos que te miran con cara muy seria, como cuando juzgan a un reo, imponiéndole una pena de muerte.

Y respecto a lo de ser feliz…, pensé en “El loco”, cuando cantaba desgañitándose que quería tener un camión para serlo, antes de que el diminutivo se le cayera del nombre con el paso de los años.

Para mí, la felicidad es un concepto muy subjetivo, y, sobre todo, muy relativo.

Vamos, que depende de muchas variables, y una de ellas es uno mismo.

Es como un puzle para ejercitar tu mente.

Puede ser un camión, rojo, negro, o azul, o lo que tú quieras.

Cada uno tenemos una imagen impresa en ese puzle.

Personal.

Intransferible.

Cuando eres un crío, la felicidad consiste en jugar con tus juguetes y con tus amigos, sin preocuparte demasiado por nada ni nadie.

El puzle es de poquitas piezas, y es fácil colocarlas, sin apenas esfuerzo.

Pero conforme te vas haciendo mayor, el puzle se va complicando.

Mejor dicho, se lo va complicando uno mismo, muchas veces sin darse cuenta.

Las piezas están más revueltas, y es más difícil colocarlas.

Al principio piensas: “qué difícil”.

No sabes por dónde empezar: Que si los estudios, que si el trabajo, que si el amor….

Algunas personas montan el contorno rápidamente.

Poco a poco van colocando las piezas, consiguiendo distinguir la imagen del fondo, de manera natural.

A otras les cuesta más y se empeñan en colocar las piezas forzándolas, aporreándolas con los puños, hasta que se dan cuenta que no pueden seguir haciendo trampas y engañándose a sí mismas.

Otras se quedan en blanco y esperan a que alguien solucione su puzle, creyendo que así van a conseguir completarlo, como por arte de magia, sin esfuerzo por su parte.

Y, a veces, hay un pequeño terremoto en tu vida.

Y al mirar al puzle, descubres que hay piezas que se han movido y han saltado en mil pedazos, y que tienes que volver a buscarlas y llenar más huecos de los que ya tenías.

Puedes enrabietarte y pensar: “Leñe, tengo que volver a colocarlas”, y llorar lamentándote.

O pensar que es una nueva oportunidad.

Que las piezas no son tan pequeñas y escurridizas como crees.

Que también puedes disfrutar buscándolas, y después colocándolas.

Y te das cuenta de que puedes encontrar piezas en los sitios más insospechados.

En los abrazos y besos de tus sobrinos, de sangre o de corazón.

O en un simple y breve paseo con tus padres.

O en las sonrisas, y a veces también lágrimas, compartidas con tu familia y amigos.

O poniendo tu hombro para que otros se puedan apoyar en él.

Y entonces, solo entonces, los huequitos del puzle se van rellenando.

Y aparece un camión reluciente, la torre Eiffel, un paisaje lleno de flores, o lo que para cada uno represente la felicidad, su felicidad.

 

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