Esta semana que ya acaba he conseguido algo fundamental.
Me he dado tiempo, y también se lo he dado a los demás.
Por mucho que te agobies, por muy oscuro que hayas visto tu camino o que lo sigas viendo, se paciente, y también, y, sobre todo, date tiempo.
Por mucho que quieras correr, un minuto son siempre sesenta segundos, sesenta segundos de tu maravillosa vida.
Date tiempo para oírte respirar y sentir que estás vivo.
Disfruta de un amanecer desayunando sin prisas, descubriendo la forma que tienen las nubes, por muy oscuras que parezcan.
No vayas al trabajo agobiado en cada semáforo, pensando que no llegas, no merece la pena. Siempre haces el mismo camino, y, en el peor de los casos, llegarás sólo tarde.
Dale las gracias a la gente que te ha apoyado y te apoya, aunque te llamen moñas y te digan que no hace falta.
Sorprende a tu madre con un abrazo inesperado, o a tu padre con una sonrisa tranquilizadora.
Haz sonreír a una amiga deseándole que el día que empieza sea el mejor de su vida, o haz feliz a la gente interesándote por ella, preguntándole cómo se encuentran.
Visita a tu amigo de la universidad, y a su familia, y disfruta de su compañía viendo una película de dibujos animados “impuesta” por su hijo pequeño, porque seguramente sacarás al niño que tienes dentro y te reirás tanto o más que él.
Descubre una revista retro de videojuegos en la librería cercana a tu casa, y cómprala, pensando más en tu compañero de trabajo que en ti mismo.
Googlea en internet, hasta que descubras la dirección electrónica del autor del libro que te ha sorprendido, y él, a su vez, te sorprenda respondiendo e interesándote por ti, porque además de compartir el mismo nombre, también “Parki” se coló en su cuerpo hace ya algunos años.
Sorprende a tu sobrina arrastrándola a la tienda donde compraste tu/su portaminas, y ya en la entrada, dile que es la tienda de la que le habías hablado, y que tiene crédito libre para comprarse lo que quiera, mientras tú hablas con la dueña sin mirar el reloj, dedicándole una sonrisa, agradecido porque siga manteniendo la misma esencia que tú descubriste al ser un adolescente.
Invita a cenar a tus amigos a casa, y preside la mesa, deja pasar los minutos hasta que se conviertan en horas, saboreando con los ojos como disfrutan, y te ven disfrutar de ellos.
Deja lo que estás escribiendo y haz caso a tu sobrino, cuando oigas las pisadas de sus pies desnudos por el pasillo, acercándose a ti, hasta que lo veas aparecer con su carita de sueño y su pijama nuevo de Papá Noel, y te abrace diciendo que quiere estar contigo.
Dedícale tiempo, aunque después no te haga mucho caso cuando se despierte “tu otro sobrino” y se pongan a jugar a la Tablet. Qué no te importe lo más mínimo, porque oirás sus risas, felices al estar juntos.
Y, sobre todo, recuerda que un minuto son siempre sesenta segundos de tu vida, que no volverán nunca, y que eres tú, y sólo tú, el que decides como gastarlos.