En realidad, el título de este post iba a ser “Un día casi perfecto”, pero como suele pasar en esta vida, todo cambia en el último momento.
Y como casi siempre, los cambios suelen ser para mejor.
Hoy me he levantado muy positivo, y esa positividad se contagia a todo y a todos.
El sábado estaba un poco plof, porque parecía que la ansiedad me atacaba y atacaba, sin darme tregua.
Pero me fui al cine con mis sobrinos por la noche, y el sólo hecho de decidir ir, lo cambió todo.
Apenas estábamos una veintena de personas en la sala, y allí, entre las risas de mis sobrinos y la oscuridad de la película, decidí ponerme pequeñas metas, e ir mejorando cada día.
Cosas que pueden parecer insignificantes, como no ponerme nervioso en los embotellamientos, o desayunar tranquilamente viendo amanecer, o no acelerarme cuando programo.
Decidí que iba a poner en práctica lo que tanto digo de “Paciencia y Actitud”, y entonces, echando la vista hacia atrás, me imaginé mentalmente dos listas, una de logros y otra de “fracasos”.
Y resultó, que la lista de logros estaba bastante más llena, ganaba por goleada.
Hoy he visto un video sobre discapacidad, en el que la moraleja es que todos somos iguales, que todos valemos lo mismo, aunque tengamos algo que nos diferencie de los demás.
Y eso mismo pienso yo.
Sin feos no habría guapos. Sin gordos no habría delgados. Sin ying no habría yang.
Hay miles de ejemplos.
Todos somos diferentes, y a la vez todos somos iguales.
Puede que en la lotería de esta vida me haya tocado algo que en principio parece negativo.
Pero todo depende del cristal con el que se mire.
Sin el Parkinson seguramente no habría hecho yoga, ni habría conocido que es el Reiki. No habría conocido a Omkar, ni a Conchi.
Ni tampoco habría sabido lo fuertes que son mi familia y mis amigos, o lo unido que estoy a mis sobrinos, que el primer día que pueden ir solos al cine, me permiten ponerme a su lado y se rifan el sitio para sentarse junto a mí.
O lo que me quieren esas nietas del hojalatero.
O esa larguirucha que conozco de pequeña, o el “medio-maratoniano” londinense, o Visi, o Dani.
O el cariño que me tienen desde Praga esos tres frikis a los que un día invité a revivir las tardes entorno a una máquina de marcianitos.
Bueno, podía seguir y seguir… me dejo a mucha gente.
Algunos de vosotros me decís que soy un ejemplo, pero en realidad soy igual que los demás.
No soy un ángel, pero tampoco un demonio.
Tengo defectos, pero también tengo virtudes.
Soy igual que tú.
Hoy ha sido un día casi perfecto. He tenido algún pequeño amago, pero no he dejado que me invadiera. He respirado profundamente, y he seguido adelante.
Exactamente como hubieras hecho tú.
Hoy he ido al cursillo sobre el Parkinson, y Sara, una trabajadora social de ANAPAR, ha empezado enseñándonos un billete de 10 euros, y nos ha preguntado si lo queríamos, si era valioso. Después lo ha arrugado, y nos ha vuelto a preguntar. Y, por último, lo ha pisoteado.
El billete seguía valiendo lo mismo.
Nuevecito. Arrugado. Pisoteado.
Exactamente el mismo valor.
Lo mismo que cualquier persona, por mucho que lo pueda castigar la vida.
Entonces he sonreído, porque precisamente era lo que iba a escribir en este post.
Mientras hablaba, casi al final de la charla, me he fijado que por la ventana el sol se iba escondiendo, haciendo que las nubes fueran pasando de un tono blanco a finalmente rojizo.
Y también me he fijado en Josefi, otra de las alumnas del curso.
En realidad, ya me había fijado en ella.
Primero por lo que dijo el primer día: Que a ella le diagnosticaron la enfermedad hace 8 años, pero que seguía haciendo vida normal, yendo a bailar los sábados, o disfrutando con los tomates de su huerta, cultivándolos y después saboreándolos.
Y segundo, porque tiene un hablar igual que el de mi madre, saltándose los artículos, como buena vasca que no habla en su idioma materno.
Y hoy estaba sentada a mi lado.
Y he estado tentado a decirle: “Mira que atardecer más bonito”.
Pero un poco antes de salir, cuando ya habíamos acabado, me ha dicho: “Eres muy joven. Toma, te dejo este libro. Es de una persona que lleva 30 años con Parkinson”.
Y el libro se titulaba:
PREFIERO SER FELIZ