Ayer fui de nuevo al cursillo del Parkinson.
Entré más decidido que el día anterior, en parte porque la medicación nueva parece que me está sentando mejor, y en parte porque ya conozco a los demás.
Estábamos esperando a que llegara la gente, y de repente apareció el señor mayor que el día anterior se había agarrotado.
Venía motorizado, en una silla eléctrica de color rojo y negro.
La aparcó en un extremo, y como si nada, y de manera bastante ágil, cruzó la habitación caminando hasta sentarse en una silla.
Y pensé: “¡Olé!”
Esta vez tocó una charla de “hábitos saludables”.
Nos explicaron que era bueno comer ciertos alimentos, hacer ejercicio, y, sobre todo, no aislarse de la gente, y hacer vida social.
Que también tenemos derecho a estar tristes, pero que tarde o temprano hay que dar el paso y asimilarlo, como cualquier obstáculo en esta vida.
Citaron a una persona que hizo el curso hace años: “Yo no he elegido la enfermedad de Parkinson, pero si puedo elegir como vivir con ella”.
Bueno, y también algo que ya sé: Vivir el presente.
Y es verdad.
Después de eso, como cada lunes, me fui a la clase de yoga y me vacié allí.
Podía pensar, me voy a marear, me voy a poner malo y me voy a caer.
Pero no lo hice.
En parte porque la medicación parece que me está sentando bien.
Y en parte porque he decidido que basta.
En lugar de eso, intenté hacer todos los ejercicios, y respiré cada litro de aire.
Al salir una compañera me dijo que me notaba diferente, más calmado.
Es curioso, porque el sábado también me lo dijo Oscar, en un ratito que estuvimos solos.
Creo que es un proceso, y que, aunque a veces me desboque, poco a poco voy reconduciendo todo esto.
Suelen decir, que después de la tempestad viene la calma.
Y es verdad.
Lo que no puedes hacer es pensar que llega otra tormenta, porque entonces, no disfrutaras la calma.
Hoy también he ido a rehabilitación.
Y he ido tarareando una canción, “mal acompañando” al hermoso sonido de un violín que salía de mi cd, y que en cada nota me iba acariciando el alma.
Y en la rehabilitación lo he dado todo, a pesar de que mi brazo temblaba y temblaba, por no estar acostumbrado a esos ejercicios tan raros que me hace hacer la fisio, para fortalecerlos.
Pero cada vez que me decía que empujara, yo empujaba con todas mis fuerzas, viviendo el ahora, y acompañando el movimiento con la respiración.
Después he ido a trabajar, de nuevo acompañado con la canción.
Y me lo he tomado con calma.
Hoy, he vivido el presente.