El portaminas

14 nov 2017 · 4 mins

El otro día llevé a mi sobrina a apuntarse a un curso de pintura.

En realidad, ya es “una veterana” de esto de la pintura, porque hace dos años, cuando tenía 8, hizo su primer curso.

Por motivos de agenda, que tienen todos los críos de ahora, cargados de extraescolares, no pudo apuntarse de nuevo, hasta este año.

Mientras nos acercábamos a la academia, la vi tan ilusionada que, con solo eso, ya valió la pena acompañarla.

Y al salir de allí, como teníamos tiempo, y nos apetecía, fuimos a mi casa.

Desde muy pequeña le gusta ir a mi casa, porque buscamos por internet dibujos para pintar, que elegimos entre cientos, para después imprimirlos y poder llevárselos a su casa.

Cuando terminamos, me pidió un lápiz, y entonces saqué de un cajón mi estuche de cuando hacía dibujo lineal, primero en tercero de B.U.P., y después en la universidad.

Abrimos el estuche, de aquellos que había de tela, de “New Balance”, y entonces sacó mi portaminas.

Un portaminas de color verde de plástico, pero que tenía partes de metal, como la punta, o el botón superior, que hacía que se liberara la mina al apretarlo.

En seguida le llamó la atención, y empezó a lanzarme indirectas, diciendo que nunca había visto uno igual, y que los que había tenido no eran tan buenos.

También le enseñé cómo funcionaba, y estuvo enredando con él, cargándolo con minas que todavía estaban en su cajita guardadas, dentro del estuche, junto con mis “rotrings”, mi compás de precisión y una lija verde en forma de paleta, que servía para afilar las minas.

Entonces sonreí.

Me recordó a mí y a mi tío Jerónimo, cuando se quedaba a dormir en mi casa, haciendo escala, en sus idas y venidas de América.

Yo, con la misma mirada que ella, le contaba una parrafada diciendo que había visto una carpeta o unos lápices en la tienda, y él acababa acompañándome o dándome dinero, hasta que me salía con la mía.

Al igual que mi tío, yo sabía desde el primer momento que tenía la batalla perdida.

A decir verdad, no me importó regalárselo lo más mínimo.

Recuerdo que lo compré cuando tenía 15 o 16 años, en una tienda de la calle Mayor, un establecimiento muy antiguo, que olía a papel y “sonaba” a madera vieja al pisar su suelo, y por el que se desparramaban diferentes útiles de dibujo.

Es una lástima que aquella tienda ya no exista, porque me hubiera gustado ir con mi sobrina y curiosear por ella, descubriendo bastidores de cuadros, lápices de colores y plumillas para dibujar.

Se que el portaminas estará en buenas manos.

Mi sobrina tiene un don para el dibujo, al igual que su madre.

Y además tiene mucha imaginación, así que sé que lo cuidará y mimará como lo hice yo en su día.

Y, algún día, si el portaminas sobrevive, permanecerá en un cajón, guardado en un estuche, esperando a que la siguiente generación le dé una nueva oportunidad, y vuelva a hacer realidad las ideas de un niño.

De momento, disfruta de él, mi queridísima sobrina.

 

 

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