Esta semana ha sido una de las peores que he tenido.
Además del continuo temblor, mi cuerpo se ha revelado, haciéndome pagar todos los esfuerzos golpeándome con el látigo de la ansiedad.
Ese látigo que hace que se te caiga el mundo, sin saber muy bien el por qué.
Porque si lo piensas fríamente, todo debería estar bajo control.
Pero no, algo irracional y primitivo hace que sobre tu pecho caiga una losa que te impide respirar.
Y te miras al espejo, y ves a tu peor enemigo, tú mismo, con tus pensamientos.
Entonces intentas ponerle remedio.
Puedes tomar pastillas, pero no es la solución, es un parche.
Entonces te acuerdas del yoga, y lo intentas, pero no tienes paciencia, y ese miedo irracional, esas ganas de huir siguen ahí.
Llega a ser desesperante.
Además, ocurre cuando menos te lo esperas, en situaciones que para nada son estresantes, hablando tranquilamente con un amigo.
Hoy he intentado cambiar un poco la rutina, y me he bajado al coche un CD de Sabina, de cuando su voz se empezaba a quebrar.
A priori podía parecer un error, porque todas esas canciones parecen tristes.
Pero a mí Sabina siempre me ha acompañado.
Desde que empecé a salir en cuadrilla y oíamos “Pacto entre caballeros” en casa de uno de mis amigos, y donde también aprendí por primera vez que la cerveza provoca dolor de cabeza.
O acurrucado entre mis sábanas estremecido al escuchar la letra de “Besos en la frente”.
O escuchando un directo mientras repasaba los exámenes en la universidad…
En fin, puedo seguir y seguir…
Bueno, el caso qué para terminar el día, o mejor la tarde, me ha empezado a doler la cabeza bastante, como hacía mucho no me dolía.
Así que me he ido hacia el coche bajo de moral, con ese dolor de cabeza y medio mareado.
Al arrancar el coche, el CD se ha puesto a reproducir aleatoriamente, y entonces me he acordado cuando salía del ascensor por las mañanas, en los días de exámenes, en donde me daba ánimos a mí mismo diciéndome “tú puedes, échale huevos”
Y entonces he llegado a casa, indeciso, y me he metido en la ducha, pensando si ir o no a yoga.
Y me he vuelto a mirar al espejo, y he dicho “tú puedes, échale huevos”.
Y ya no he dudado.
Y he ido al yoga.
Y como siempre, Omkar, mi profesor, ha conseguido que vuelva de ese mundo de los sueños y me centre en mí, en el presente, a base de respirar y de estirar los músculos.
Y aunque siga teniendo un tronco de árbol por caderas, y me tiemble la mano un montón al hacer los ejercicios, y parezca Lina Morgan cerrando las piernas, he vuelto.
Y he llegado a casa y me he puesto a escribir esta entrada, que puede parecer dura, pero que es real, y he pensado:
"He podido, le he echado huevos."