Hoy he empezado la rehabilitación en la asociación del Parkinson.
El jueves pasado me valoró la fisio, y me estuvo observando sin que yo me diera cuenta.
De repente me dijo una frase que me dejó de piedra: “¿Te has fijado que cuando gesticulas no mueves tu mano derecha? La tienes desconectada del cuerpo”
Y es cierto.
Recuerdo como me dolía la muñeca al principio, y como necesitaba tumbarme y atraparla debajo de mi cuerpo.
Incluso llegué a pensar que me había dado algo, y que bueno, aún me quedaba la otra.
Desde entonces fui relegando esa mano a un mero apoyo de mi mano izquierda.
Yo, en realidad, soy zurdo, aunque diestro “por obligación”, desde muy pequeño, cuando mi madre, como toda la gente en aquel tiempo, pensaba (o más bien le obligaban a pensar) que la mano izquierda era la siniestra, la mano del demonio.
Tampoco me costó demasiado hacerlo. Enjabonarme en la ducha, o limpiarme los dientes, y, sobre todo, afeitarme.
Afeitarme era un suplicio. Tenía que apoyar la mano derecha en la pared para que no me temblara.
Empecé a escribir mal. Primero empecé a hacer la letra más grande, todavía en minúsculas. Y de repente, tuve que escribir en mayúsculas.
Así que cuando la fisio me lo dijo, lo comprendí perfectamente, como no iba a hacerlo.
Tampoco pude evitar una sonrisa, cuando mi lado friki e infantil pensó en aquel robot de mi infancia, Mazinger Z, y como cuando gritaba ¡puños fuera!, sus manos salían disparadas.
Salí de allí contento, con esperanzas. Además, ¡si Mazinger Z las recuperaba, yo no iba a ser menos!
Fuera de bromas, tuve una cosa clara: He dejado pasar demasiado tiempo, y ahora tengo que ponerme las pilas.
Esa misma noche me pasó una cosa curiosa: Me desperté como tantas veces, y como no me podía dormir, me puse a escribir, pero esta vez en papel.
Estaba medio dormido así que, aunque sabía lo que escribía, porque me lo dicta el corazón, no me di cuenta de una cosa: Llevaba escrita media hoja, y quise releerla, para corregir algún matiz, y me quede perplejo: ¡estaba escribiendo en minúsculas! ¡Y encima la letra estaba bastante bien, se podía leer!
Animado, seguí escribiendo. Lo hice en dos tandas, porque tampoco quiero castigar mi cuerpo, e intento descansar lo máximo posible.
Cuando acabé, desplegué las hojas en la mesa de mi cuarto de estar: Había “parido” de mis entrañas seis hojas, en renglones bastante rectos, y sin apenas equivocarme.
Puede parecer poco, pero para mí es un logro grandísimo.
Y por supuesto, esa mañana, me afeité con mi mano derecha, dejando la izquierda pegada a la espalda. Cierto que tardé el doble o el triple, pero lo hice.
Como decía, esta mañana he empezado la rehabilitación.
Pero también he comenzado a recorrer un camino de esperanza.
Probablemente no la recuperaré entera, sé que es muy difícil, soy realista. Pero aprenderé la forma de relajarla, y de conocer mi cuerpo.
De momento sé que el dedo dominante es el pulgar, pero que el estabilizador ese el meñique. Como en la vida, las cosas más importantes son las que a priori parecen insignificantes.
Se que tengo que fortalecer mis brazos para hacerlo más fácil todo, y sobre todo los tríceps.
Y alguno de estos días, volveré a salir a la calle como cuando Mazinger salía de su guarida, con sus dos puños relucientes, conectados perfectamente a su cuerpo.
Y por dentro gritaré: ¡puños fuera!