Esta semana he estado un poco plof.
He tenido todo el cuerpo agarrotado, como si me hubieran pulsado en la tecla “off”.
Te quedas molido, como si te hubieran dado una paliza, con flojera en las piernas.
Y para colmo siento la mano “buena” como cuando empezó todo.
Antes me asustaba, pero ahora sólo espero a que pase la tormenta, intentando pensar en otra cosa, moviendo los dedos y las extremidades hasta que poco a poco te tocan la tecla “on”, y te recuperas casi por completo.
Como cada vez me cuesta más usar el ratón del ordenador, he probado varias cosas: desde utilizar otro más pequeño hasta usar un joystick de juego, de tipo mando de avión.
Esto me ha servido para buscar por Internet y descubrir que hay bastantes artilugios inventados, desde cucharas hasta relojes, y también para darme cuenta de que tengo un arma más con la que luchar: La tecnología.
Si, la tecnología. Esa ciencia práctica que muchas veces se me olvida que está a nuestro servicio.
Ahora la gente asocia la tecnología a los smartphones, pero es mucho más.
Mi primer contacto con ella fue aquel electro-L, y también mi ordenador de 8 bits de los que ya hablé en el post anterior.
Ya tengo unos cuantos años, así que he crecido con ella, mientras aparecía el boom de los PC’s y los móviles “ladrillo” que después fueron miniaturizándose hasta ser pequeños ordenadores miles de veces más potentes que mi viejo Amstrad CPC 464.
Nunca me ha asustado, y además tengo una especie de don, porque sin saber muy bien porqué la entiendo y no me supone demasiado esfuerzo utilizarla.
Así que la gente me enseña sus móviles, ordenadores, y cualquier cacharro que tenga la palabra “digital” en su ADN, esperando que les solucione sus problemas de espacio, virus o cualquier otra cosa, por estrambótica que sea.
Pero esta vez voy a ser un poco egoísta, y la voy a utilizar a mi favor.
Llevo años dedicándome a la programación, y las líneas de código fluyen de mi cabeza. Primero son ideas generales, que transformo en bloques más concretos, y que después descuartizo en pequeñas ordenes traducidas al idioma del ordenador, hasta que por fin hace lo que quiero.
A lo largo de mi vida he hecho muchos programas, pero siempre, siempre, han sido para otros.
Pero esta vez voy a poner todo mi saber y experiencia en mí.
Bueno, en realidad no es del todo cierto, porque sé que, aunque diga esto, me estoy engañando a mí mismo, porque acabaré ayudando a otras personas con Parkinson.
Eso lo sé porque soy así.
Y pensándolo también bien, soy un afortunado.
Cuando creas un programa, siempre lo haces para resolver un problema. La primera premisa es ponerse en la piel del que lo sufre, porque si no, nunca funcionará.
Así que esa primera parte la tengo resuelta.
Otro de los puntos clave es probar y depurar el programa conforme lo vas haciendo, corrigiendo errores, hasta que finalmente lo das por terminado, o más bien te lo dan por terminado, porque tú lo pulirías hasta dejarlo perfecto.
Y esa parte también la tengo resuelta, porque conozco perfectamente cómo me siento.
Y con estas ideas, que me fueron surgiendo durante esta semana “de Dolores”, llegó el fin de semana, y con él llegó también el tiempo para mí, sin tener que ir a trabajar, y pudiendo dedicarlo a poner en práctica todo esto.
Se que debería haberme dedicado más a mí cuerpo y a relajarme, pero he preferido sacrificar dos días de mi vida, y hacer lo que más me gusta cuando estoy solo, que es programar.
Siempre me siento al lado de la ventana, con la persiana subida, y si puede ser muy temprano, con las primeras luces de la mañana, cuando todos duermen y poco a poco mi barrio-pueblo se despereza de su letargo, y puedo oler la hierba recién regada que me recuerda a mi infancia.
De esta manera, poco a poco, he ido extrayendo de mi cabeza ideas, hasta conseguir mover el dichoso ratón del ordenador como yo quiero, contrarrestando mis problemas de movilidad.
Y estoy orgulloso por dos motivos.
El primero es que no será perfecto, pero hace lo que yo quiero.
Y el segundo es que, además, me ha demostrado a mi mismo que una vez más, si quiero, puedo.
Ahora, como en tantas ocasiones, me pegaré días puliéndolo, hasta pasar mi propio control de calidad, que es más estricto que el del más exigente cabeza-cuadrada alemán.
Y todo gracias a la tecnología, y, porqué no, a esta dichosa semana que he pasado.