Entre frikis anda el juego

1 sep 2017 · 5 mins

Si.

Por lo visto soy friki.

Es algo que ya intuía, pero que he ido confirmando con el paso de los años.

No es muy normal que desde pequeño esté enredando con cacharros eléctricos, electrónicos, o mecánicos.

Aunque mi primer recuerdo es un “tente” de piezas con el que construía mi “versión pobre” de Mazinger-Z, y que surcaba los cielos y disparaba sus puños con la energía de mi imaginación, creo que “el despertar de la fuerza” ocurrió poco después de mi comunión.

Me regalaron un “Electro-L”, que era una especie de laboratorio de electricidad, en el que tenías una pila de 9V, bombillas, cables, interruptores.

Y, a base de calambrazos, y su manual que yo devoraba, aprendí que era la electricidad, mucho antes que en el cole.

Pasaron un par de años y llegó el boom de los ordenadores de 8 bits, y yo me tuve que conformar con un juego electrónico llamado “Caballo de Troya”, que no era más grande que una mano, y que emitía un sonido estridente, mientras mis compañeros de clase fardaban con sus spectrums y su revista de juegos LOAD’N’RUN.

Aquel juego lo llevaba a todos lados, y una mañana en misa “obligada” el Señor me debió castigar, porque se me cayó en mitad de la iglesia, y enmudeció.

Pero, como siempre, no me resigné, y con un destornillador que le cogí a mi padre, lo desmonté y vi que un cable andaba suelto, así que usé pegamento y funcionó hasta que se perdió, primero en un cajón, y después en mi recuerdo.

Pasé al instituto y en el recreo no hacía más que mirar en el escaparate de una tienda de electrodomésticos un flamante Amstrad CPC 464 de cassette, y que no había día que dejara de pedírselo a mi madre.

Hasta que un día desapareció del escaparate, y volví a casa triste y malhumorado.

Y abrí la puerta de mi habitación, y allí estaba el CPC, con sus cincuenta cintas de juegos y programas, junto a mi madre sonriendo, y que me hizo el chico más feliz de la galaxia.

Pasaba horas y horas delante de él, emocionado, primero copiando programas, y después inventándolos yo, llevándome casi sin darme cuenta al lado oscuro de La Fuerza, ayudado también por las máquinas recreativas que había en los bares, y que yo devoraba con la mirada, imaginando como aquellos “dibujos animados” eran capaces de interactuar contigo.

Durante este tiempo he conocido a varios frikis, aunque destacaré a tres.

Uno es mi compañero de la E.G.B., con el que me he reencontrado hace algunos años, aunque nunca nos separamos del todo, y que con el tengo un feeling especial.

Otro es mi compañero-amigo de la universidad, con el que nunca he dejado de tener relación, y que comparte mi pasión por “los inventos chatarreros”, y que busca y busca información sobre el Parkinson, para dármela.

Y el otro es mi compañero de trabajo, que se encarga de montar y arreglar los ordenadores y todos los “hierros” relacionados, y que yo machaco con mis programas.

Gracias a él terminé por decidirme en comprar una máquina recreativa de novena mano.

Gracias a él la coloqué en mi casa, y gracias a él me ha ido dando ideas que he ido llevando a la práctica para restaurarla o mejorarla.

Gracias a él he vuelto a soldar con mis manos temblorosas, recordándome cuando era pequeño y utilizaba mi Electro-L.

Y, aunque sabe que tiene partidas gratis para el resto de su vida, quiero darle las gracias.

Por todo eso, pero también por apoyarme en estos momentos.

Recuerdo lo que me dijo cuando le comenté lo que me habían diagnosticado: “Tranquilo, aquí te cuidaremos”. Y, aunque no le dije nada en ese momento, me emocioné por dentro.

Y, precisamente mañana, cumple años.

Y, aunque mañana no lo veré, le diré por Whatsapp, “felicidades tío”, y le mandaré alguna foto rara de alguna peli de ciencia ficción de los 50 que seguro me dirá que ya ha visto.

Porque se lo merece.

Por friki.

Electro L 521, 05

 


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