Mi mamá me mima

27 ago 2017 · 3 mins

“Mi mamá me mima”

Quien no escribió esa frase de pequeño, hasta que la letra le salía redondita y limpia.

El otro día fui a un nuevo centro donde empezaré el curso de yoga con Omkar, del que ya he escrito otras veces.

El caso es que me plantaron la hoja de inscripción para que la rellenara a mano.

Y dudé.

Hacía mucho que no escribía, y me daba miedo enfrentarme a ello.

Con esto del Parkinson es muy difícil escribir. Primero dejas de escribir en minúsculas porque la letra se vuelve prácticamente ilegible. Después tus mayúsculas parecen las de un niño que acaba de aprender a escribir, torcidas y estridentes.

Así que le dije a la chica que estaba en el mostrador si me lo podía escribir ella, y me dijo que sí.

Pero justo cuando le iba a pasar el papel, me dije a mi mismo: “No. Hazlo tú, si no será una derrota”.

Y me salió esa vena que a veces me sale de tirar para adelante, aunque no tengas fuerzas, y empecé a escribir.

Escribí muy despacio, en letra mayúscula y marcando bien cada símbolo, y aunque no quedó perfecto, por lo menos era legible.

Cuando terminé lo miré y sonreí. Lo había conseguido.

Sí, puede parecer una tontería. Pero es algo a lo que toda persona tiene derecho: A escribir su nombre, de puño y letra.

Nunca he tenido una letra bonita, y, además, con el paso de los años, y, sobre todo, de la universidad, mi letra fue haciéndose peor.

Pero hoy ojeo viejos apuntes de aquella época, y me parece perfecta.

Se que no volveré a tener esa letra, al menos sin utilizar ningún tipo de ayuda, pero por lo menos lo intentaré.

Así que volví a casa y me puse a escribir, en un folio en blanco, enfrentándome a mis miedos.

Y claro, la primera frase que he escrito es “mi mamá me mima”, como unas diez veces, en mayúsculas.

Después me he lanzado y he escrito alguna frase más, formada por las palabras que escupía mi cerebro, dejándole libertad.

Y al terminar, he empezado a leer lo que había escrito. Cada frase era más absurda, hasta que he leído la última, y me he sorprendido a mí mismo:

“Quiero ser autosuficiente”.

Y es verdad.

Es justo lo que quiero ser, autosuficiente.

Y entonces he pensado que también sé escribir con el teclado, y, además, aunque mis dedos tiemblen y me hagan repetir letras, o mi cerebro vaya a su bola y me haga dejarme alguna, soy más rápido que “Billy el niño” pulsando la tecla de borrado.

Y todo gracias a que un día, todavía en la E.G.B., “mi mamá me mimó” y me apuntó a clases de mecanografía, intuyendo, de alguna manera, que con el tiempo lo necesitaría.

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