La familia del hojalatero

15 ago 2017 · 3 mins

Érase una vez un hojalatero.

Érase una vez un hombre rubio, alto y bien parecido, de mirada profunda, llamado José, pero al que todos llamaban Pepe.

Érase una vez un hombre que recorría Navarra de un extremo a otro, avisando de su llegada con su chiflo, su flauta de pan, que por supuesto había confeccionado el mismo.

Con sus manos, herramientas, y, sobre todo, su imaginación, devolvía a la vida ollas, sartenes y cualquier otro utensilio.

Hasta que conoció a su ángel particular, que, como no podía ser de otra forma, se llamaba Ángela.

Y fueron felices y comieron perdices.

Y con el paso del tiempo tuvieron dos niñas, una de las cuales era un poco despistada.

Y aquella niña se convirtió en mujer.

Y una tarde de domingo, mientras bailaba al ritmo de una canción de Antonio Machín, apareció en su vida su minero particular, regalándole su corazón.

Y ella no se lo pensó y se fue con él a la capital, y formaron una familia.

Y pasaron los años y tuvieron dos niñas, que se hicieron mayores conociendo lo mejor y lo peor de la calle, y que finalmente también fueron madres, de un universitario y del vaquilla de la familia.

Y pasaron y pasaron los años, y tuvieron otras dos niñas más, hasta que finalmente nació el hijo varón.

Y, mientras en la tele sonaba la canción de los payasos, la mayor de las pequeñas torturaba al muñeco de la otra hermana, desquitándose del trono perdido.

Y la más pequeña se acurrucaba en su manta, hasta sobarla y sobarla, haciendo bolitas con la lana, y su hermano las miraba sonriendo desde la cuna.

Y aquellas niñas también se fueron haciendo mayores.

Hasta que una tarde la mayor entró en una cueva de murciélagos y conoció a su William Wallace de ojos verdes, con el que finalmente tuvo a su princesa del alba, rubia como su abuelo.

Y pasaron los años, y el hermano abandonó este mundo una noche de luna llena. Y su abuelo y su padre no lo quisieron dejar solo, y lo siguieron al poco tiempo.

Y la vida siguió, y la pequeña buscó el amor, y lo encontró al segundo intento, hasta que se cruzó en su vida un maldito andamio, que desmoronó su vida, y la llenó de oscuridad.

Pero trabajó y trabajó, y se convirtió en doctora y en madre, y se esforzó y se esforzó.

Y un día apareció un arco iris en la oscuridad, y con el tiempo un amanecer que poco a poco se irá convirtiendo en día.

Y colorín colorado, este cuento casi ni ha empezado.

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