Si, me he acordado: Hoy es tu cumpleaños.
Y como un caballero no dice la edad de una dama, diremos que está entre treinta y once y treinta y trece, justo a mitad de camino.
Como sé que te importa más lo que sale de las entrañas que lo que se compra con dinero, se me ha ocurrido escribirte esta carta.
Y aunque ya lo sabes, estas palabras no las escribo con mis dedos, ni con la cabeza, las escribo con el corazón.
Tengo muchos recuerdos contigo; Y espero que sean la millonésima parte de los que nos quedan por vivir.
Esos recuerdos, dulces y amargos, que se van entrelazando como una enredadera en el árbol de la vida.
Hay recuerdos alegres, como aquella acampada en Irañeta, en la que Oscar se rajó en el último momento, y lo dejamos en tierra, y nos llevamos la furgoneta de tu padre, terminado hablando y bebiendo kalimotxo al calor de la hoguera, en mitad de la noche, junto a Anita, Sonia y el Punky.
Y también los hay tristes, como cuando perdiste a tu padre aquellas navidades, o más recientemente a tu madre.
A tu padre prácticamente no lo conocí, pero a tu madre si, y mucho.
Esa mujer de la que has heredado su fortaleza, y que siempre hablaba medio chillando, que se guardaba los azucarillos que daban con el café, y que nunca faltaba a la fiesta de tu cumpleaños, impaciente a que nos sentáramos todos a la mesa, para comer esos bocadillos de “jamón con tumaca”, y beber una copa de vino.
Y aunque esta tarde no esté ella, nos reuniremos el resto de tus amigos entorno a una mesa, compartiendo comida, recuerdos y risas.
Seguramente el mejor regalo haya sido el tener a tu hijo Asier. Ese mozalbete al que quiero como a un sobrino.
O haberte casado con mi mejor amigo, que, lo que tiene de rebelde lo tiene de buena persona, y que te quiere con toda el alma.
O tener a tu lado a una hermana postiza, Anita, que, sacando fuerzas de flaqueza cuando no las tenía, se apoyó en ti y se reflejó en el espejo de tu madre.
Bueno, podía seguir y seguir….
Esta carta debería haberla titulado “Feliz Cumpleaños, Estíbaliz”, pero no me ha dado la gana.
Porque yo siempre te llamaré Esti, en “diminutivo cariñoso”.
Y porque te considero una de mis mejores amigas, amiga-hermana.
Porque en mí tienes un hermano, que no es de sangre y no te ha visto nacer, pero que te ha visto vivir.
Y porque al llamarte Esti, siento exactamente lo mismo que tú cuando me llamas Antoñico.
Y porque sé que eres una persona que sin decir nada, lo dices todo, con un gesto, con una mirada, o incluso con un silencio.
Así que:
¡Feliz Cumpleaños, ESTI!