Hoy es catorce de Julio, y se “celebra” el pobre de mí, el último día de las fiestas de San Fermín.
Llevo toda la semana con una contractura en la espalda que no me deja moverme libremente, y hoy, por fin, he acompañado a mis amigos, a paso de tortuga, dando una vuelta por Pamplona, para estar con ellos, aunque sea en este día triste.
Habíamos planeado salir por la noche, aunque los franceses tomen mi ciudad, como si fuera su Bastilla.
Y aunque me han consolado diciendo que habrá más oportunidades, me han dado envidia.
Por una vez, desde que tienen niños, pueden salir sin preocuparse cuando llegar a casa.
Me hubiera gustado quedarme toda la noche con ellos, como hacíamos cuando teníamos veinte años, y el ciclismo tenía nombre de Miguel.
Mientras miraba desde la ventana de mi casa el colorido de los fuegos artificiales iluminando la noche, he recordado las veces que, sin esperarlo, hemos convertido el catorce de Julio en quince, llegando a casa vestidos de blanco color vino, y más cerca del mediodía que de la mañana.
Y me ha “jodido” un poco más no quedarme, porque estaban mis amigos de siempre, con los que he celebrado el inicio de un eterno noviazgo comenzado en estas fiestas, y que acabó en boda delante del Santo, o las charlas “patatiles” bajando por unas huertas que ya sólo existen en nuestra imaginación, o la caza de aquel “bambi” en el tiro pichón con mi amigo del alma, atrapado más por lástima que por puntería, después de habernos bebido la cosecha de vino añejo.
Y la moraleja es la de siempre: No planees nada y vive el momento.
Porque no hacen falta “pobres de mí” para echar de menos una juerga, y, sobre todo, la compañía de mis mejores amigos.