Aunque yo no tenga pareja, sé que es cierto.
Sé que nunca hablo de estos temas, sobre todo por la timidez heredada de mi niñez.
Ahora ya no me preocupa encontrar el amor de mi vida.
En parte porque he madurado. Y en parte porque no quiero ser un egoísta, y hacer sufrir a nadie si la enfermedad avanza.
No sé muy bien porqué el amor triunfa, pero lo he visto muchas veces a mi alrededor.
Los casados o “arrejuntados” siempre me dicen que vivo muy bien y que soy muy afortunado siendo soltero, haciendo lo que me da la gana.
Solo ven el lado “positivo”, creyendo en la falsa libertad que da el estar sólo, y que las mujeres “crecen como setas” y que se tiran a tu cuello nada más verte, yendo toda la noche de discoteca en discoteca.
No saben lo afortunados que son.
Aunque a veces los traten como a bebes, y sus mujeres se comporten como sus madres, enojadas al ver esa mancha en la ropa.
O les reprochen el no estar el tiempo suficiente con su hijo.
O les digan que si quieren una chacha se vayan con su madre.
O que dejen de derrochar yéndose al bar en lugar de compartir las tareas de la casa.
La lista de reproches es innumerable.
Entonces, pienso, me cambiaría por ellos.
Sin dudarlo.
Aunque fuera sólo una noche.
Aunque sólo fueran unas horas.
Que no me importaría sentir el aliento cálido de mi mujer en la espalda, en el frío de la madrugada.
O esa mirada, que sin hablar dice te quiero en la cama, abrazados antes de hacer el amor.
O el beso tierno de un hijo al despertar por la mañana diciendo “papá, juega conmigo”.
O ese paseo por la orilla del río, agarrados de la mano, mirando como el atardecer deja paso a la luna, que se adueña poco a poco del firmamento.
O esa bronca (injustificada o no), que en realidad dice “me importas demasiado cariño, haz las cosas bien”.
O ese abrazo reconciliador, que siempre acaba en beso, cuando las dos partes ceden, entendiendo el desgaste de la convivencia.
Quizás sea una utopía, y la realidad no sea así.
Pero sí sé, que muchas veces, la llama del amor se va apagando con el tiempo.
Y también sé que, como en una hoguera que ha ardido mucho tiempo, aún hay brasas incandescentes que guardan el calor en su interior, y que sólo hace falta un pequeño rescoldo para que renazca de nuevo.
Sólo en un pequeño porcentaje la cosa no tiene remedio.
Cuando hay violencia de por medio.
O cuando descubres que tu pareja, a pesar de tener tu misma edad, se ha quedado atrapada en los eternos dieciséis, cuando lo primero eras tú, lo segundo tú, y finalmente lo tercero, también tú.
Entonces, por mucho que duela, lo mejor es dejarlo ir.
En parte por él.
Pero, sobre todo, por ti.