Mi hermana, mi amiga

28 jun 2017 · 5 mins

No, no me he equivocado, no es una entrada repetida.

Mi hermana, mi amiga, se llama Lucía.

Lucía, que desde que tengo la enfermedad no deja de preocuparse por mí.

Mi familia está tan poblada de primos, que parece que formamos una manada de lobos.

De hecho, nos protegemos los unos a los otros.

Como toda familia en estos tiempos, tenemos un grupo de WhatsApp, “La Canallá”.

Así nos llamaba mi tía María, con su acento extremeño y movimiento ligero de mano, al blandir la zapatilla si nos portábamos mal.

Somos tantos que al final los nombres se repiten. Yo creo que nuestras madres competían para tenernos, sólo por el hecho de elegir el nombre, de sus padres, madres o abuelos.

Así que tenemos varios Gabrieles, varias Lucías, Rosas, Julianes e incluso un Bernardo y una Bernarda.

No es de extrañar que acabemos llamándonos Antoñito, Luchi, Rosi, Rola, Vito, Gabrielín, Txin…

Y por supuesto, mi hermana, no iba a ser menos: Lu, la niña de tía Hilaria, o, como me gusta llamarla a mí simplemente, niña.

Porque para mí siempre será una niña.

Por mucho que suene raro, o por mucho que mis sobrinos me riñan cuando me oyen llamarla.

El primer recuerdo que tengo de ella es esperando a que llegara del hospital, en casa de mis padres, con casi tres años, rodeado de tías y de mi abuela.

De repente la puerta se abrió, apareciendo mi padre, que se apartó con delicadeza, dejando pasar a mi madre. Y en sus brazos, muy pequeñita, estaba ella.

Mis tías se arremolinaron entorno a mi madre, pero ella, decidida, se abrió paso y fue directamente hacia mí, abrumado por tanto alboroto.

Y entonces la conocí.

Pequeña, con sus ojos cerrados, dormidita, sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor.

Me acerqué para besarla y, como si me presintiera, sonrió.

Y yo sentí por primera vez aquella conexión que me une a ella.

Poco a poco fuimos creciendo.

Los sábados nos gustaba meternos debajo de la mesa de la cocina, que hacía las veces de techo de nuestra casa imaginaria, oyendo de fondo la radio y a mi madre hablando con la vecina mientras tendía la colada o preparaba la comida.

Ahora que lo pienso, es curioso. Es el mismo juego que a mis sobrinos les vuelve loco.

Siempre me cogía la mano con fuerza para cruzar la carretera, o cuando veía aterrada algún perro. Le daba mi dedo índice y ella lo rodeaba con sus pequeños dedos.

Y poco a poco nos fuimos haciendo mayores.

Hasta que un 15 de Julio, decidió volar en solitario, y abandonar el nido.

Nunca vi a mis padres tan tristes. Mi padre serio, tragándose todo por dentro, y mi madre medio ida, que de tanto llorar se quedó sin lágrimas, aquella noche interminable, en que ninguno de nosotros, incluida mí hermana, pegó ojo.

El tiempo da otra perspectiva, y ahora veo que aquello fue necesario. Dos trenes yendo por la misma vía acaban chocando, y antes que ocurriera, mi hermana decidió cambiar de vía.

Aquella temporada fue muy dolorosa para mí. Es difícil decidir, y mucho más dividir el corazón, entre las personas que más quieres.

Así fue pasando el tiempo y poco a poco las heridas se fueron cerrando, hasta que un día ella me dijo que había empezado a salir con un chico, que acabó siendo mi cuñado, Javi.

Siempre me meto con él, sólo por el hecho de ser mi cuñado, y él hace lo mismo conmigo.

Pero con el paso de los años me ha demostrado que es una buena persona que se desvive por su mujer, sus hijos y sus suegros. Y sé que, aunque él no me lo diga, también por mí.

Nacieron mis sobrinos.

Y al ver a mi sobrina, tuve la suerte de tener otra vez ante mí a aquella niña con la que compartí tantos momentos, con sus trenzas interminables, y su cara sonriente.

Aunque se haya convertido en una mujer hecha y derecha, segura de sí misma, para mí, por mucho que pase el tiempo, siempre será esa niña que me presentó mi madre, escoltada por mi padre, aquella mañana de mayo de 1975.

Te quiero mucho, niña.

Hermana, amiga.

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