Relatos Insomnes

16 may 2017 · 2 mins

Últimamente no duermo mucho, así que para matar el tiempo se me ocurren algunas reflexiones y relatos.

De momento aquí va uno:

….

Abrí los ojos.

“¿Dónde estoy?” -Me pregunté aturdido.

Poco a poco mi mente se fue despejando, hasta reconocer el sitio en el que me encontraba: una estación de tren. Me toqué el pecho instintivamente, y en el bolsillo de la chaqueta encontré un billete en el que se leía: “Destino a ninguna parte”.

Vacilando me acerqué al andén donde un tren estaba esperándome. Era todo muy extraño: No había revisor, ni pasajeros, ni ningún tipo de sonido. Sólo un silencio sepulcral que helaba la sangre.

Subí al tren con pasos temblorosos y fui recorriendo los vagones uno a uno, deseando encontrar a alguien. Nadie, no había nadie. Sólo ese silencio.

Mientras tanto el tren se puso en marcha, cómo si sólo estuviera esperándome a mí. Yo era su único pasajero.

Seguí caminando por los vagones. De repente, a lo lejos, en el último vagón, distinguí una silueta. Conforme me iba acercando, su figura se iba haciendo más nítida, hasta distinguir la forma de una mujer.

Me coloqué a distancia para observarla. Era una joven sentada con los ojos cerrados y las manos sobre sus rodillas. Llevaba un vestido blanco de seda.  Me recordó a una novia a punto de entrar al altar, meditando el paso que iba a dar.

Su pelo era rubio, largo, aunque llevaba un recogido que dejaba ver un cuello también largo y esbelto.

Durante unos instantes me quedé embelesado viendo su cara. Era alargada y muy fina, pálida, aunque también irradiaba paz.

Cuando me di cuenta ella había abierto los ojos y estaba mirándome. Su mirada era penetrante, como si quisiera ver en mi interior.

Sin saber muy bien porqué sostuve su mirada y sacando fuerzas de flaqueza me armé de valor y le pregunté su nombre.

Y sólo con su mirada penetrante, sin articular palabra, me respondió: “Soledad”

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