No sabía muy bien como titular este post. Ni tampoco si debía escribirlo.
Bueno, eso sí. Hace poco que decidí expresarme con libertad en este blog. Un gran paso ha sido mostrárselo a mis amigos. Al principio dudaba. Puede haber dolor, pero también hay esperanza. No quería hacerles daño, y si hacerles sentir bien. Así que estas líneas están dedicadas a todos los que me sufren.
En honor a la verdad, su reacción no me ha sorprendido. Uno no elige a la familia, pero sí a los amigos. Puedes pasar mucho tiempo sin verlos, pero sólo 10 minutos para sentir por ellos las mismas sensaciones de siempre.
Siempre tenemos recuerdos que no te abandonan. Tu primera noche de juerga con apenas 16 años en sanfermines, aguantando “por dignidad” viendo amanecer y pensando por dentro lo a gusto que se estaría en la cama. La primera acampada y nuestros primeros “callos a la hoguera”. O la primera Nochevieja donde aparecieron esas princesas que ya nunca nos abandonaron. O aquella eterna clase magistral sobre la siembra de patata. O la presentación del penúltimo miembro de la cuadrilla, cuando llegó “piripi” a mi casa tropezándose…
Esas vivencias alimentan el fuego de la amistad. Por pequeñas y ridículas que puedan parecer. Quizás para ti las mías no tengan sentido. Pero haz una prueba: Sustitúyelas por las tuyas. Seguro que acabarás sonriendo pensando en uno de tus amigos, poniéndole cara.
Todas sus reacciones me han llegado al alma. Todas y cada una. Pero me voy a permitir elegir una que resume todas las demás: Siempre juntos. En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad.
Por eso… SIEMPRE JUNTOS. Siempre estaréis en mi corazón. Os quiero.