Esta entrada del blog va dedicada a mi sobrina Nahia, que ya mismo empieza en la universidad, un poquito lejos del lugar en la que la ví nacer y crecer.
Como muchos de vosotros sabréis, mis sobrinos —Nahia e Ibai— son mellizos.
Desde que nacieron, durante todo este tiempo (casi 18 años), han llenado mi vida de recuerdos, que para mí serán imborrables, por mucho tiempo que pase.
Sé que muchos de vosotros habéis compartido estos recuerdos, plasmados en otras entradas de este blog, y que a otros os sonarán a chino… pero me da igual.
Aquí va una recopilación de esos momentos, muchos de ellos compartidos por los tres —mis sobrinos y yo—, y algunos otros por los dos —Nahia y un servidor—.
El primer recuerdo que tengo de tí es apenas un mes después de tu nacimiento, al verte hecha una bolita, acurrucada entre las mantas en la incubadora, rodeada de lámparas, porque habías nacido con muy poco peso y eras muy poquita cosa.
Hace nada que te tenía entre mis brazos, apaciguando tu llanto desconsolado de bebita recién nacida, apretujando tu cuerpito contra mi pecho, dándote mi calor, mientras saciaba tu hambre con el biberón.
O te miraba con ojos de tío orgulloso al ver como te levantabas del suelo, desafiando a la gravedad y al miedo a caerte, mientras Ibai, tu hermano, trataba de imitarte, sin conseguirlo al principio.
Estuve a tu lado en tu primer paseo en bicicleta, donde disimuladamente agarraba el manillar, mientras tu no dejabas de reírte y de disfrutar de ese momento.
Recuerdo como si fuese ayer aquel día en el que vuestros padres se fueron de boda y os dejaron en casa de los abuelos, dondon y vuestra amatxi, mientras yo actuaba como reserva a distancia, en la retaguardia.
O aquellos sábados, después de comer en casa de los abuelos, cuando os hacía una tienda de campaña improvisada con una manta y dos sillas, u os montabais encima mía, y yo hacía del autobús que nos llevaba a nuestra playa, privada e imaginaria.
Se me quedará para siempre en la memoria el eco de tus pasitos al entrar en mi casa, como si fueses una bailarina de claqué.
También me viene a la memoria aquella primera vez en que por fin fuí el “cuidador titular”, y os quedasteis a dormir en mi casa, y lo que nos costó el ir a buscar las llaves de reserva, porque yo, todo nervioso, me las olvidé mientras íbamos a comprar palomitas.
O la primera vez que tuve que llevarte a aquel campeonato eterno de gimnasia rítmica, en el polideportivo de Mendillorri, y yo sufría porque no habías comido ni bebido nada en horas, mientras mis manos temblaban intentando grabarte con la cámara de video, para que tuvieras ese recuerdo, inmortalizado para siempre.
O tantas y tantas veces tumbados en mi cama, en frente de la tele, en las que vimos “Rompe Ralph”, y yo te imaginaba en mi mente como su protagonista; o “Grú, tu villano favorito”…
O las veces que fui niño de nuevo, haciendo de bibliotecario, o comprador en aquella tienda txutxi, cuyo cartel aún tengo guardado en mi caja de los recuerdos, junto con las decenas de hojas pintarrajeadas por tí…
Siempre recordaré tu sonrisa cuando nos escapábamos en el autobús, rumbo a Pamplona, y comprábamos algún lápiz en aquella tienda de pinturas de mi infancia.
Poco a poco te has ido haciendo mayor.
Los quehaceres del día a día nos ha ido distanciando, aunque de vez en cuando quedemos a desayunar.
Ya eres toda una mujer, muy segura y decidida.
Eres capaz de plantarte en un escenario, dejando de lado tus vergüenzas, para cantar con ese vozarrón desconocido que sale de tí, mientras lo acompañas con el sonido rítmico y melódico de tu guitarra.
Quiero que sepas que estoy muy orgulloso, y que me alegro mucho por tí.
Vuela alto, golondrina.
Vuela alto, sobrinita.
Vuela alto, Nahia.