Si.
Quiero ser rico.
Suena raro, ¿verdad?
Suelen decir que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita.
Pues yo quiero serlo.
Lo que pasa es que hay muchos tipos de riqueza.
Está la riqueza económica, que se mide cuantitativamente, en “monedas”.
Ya sabes… la pasta.
La guita. La plata. Los billeticos.
También hay otros tipos de riqueza, que no son tan fáciles de medir.
No hay monedas “tangibles”, que puedas tocar y guardártelas en ese cerdito de barro que escondes de ti mismo en tu armario.
No hay “bitcoins amorosos” que midan lo rico que eres socialmente.
No puedes medir cuánto amas a tus padres o a tu familia.
O a tu pareja. O a tus hijos. O a tus sobrinos.
Ni medir cuánto ayudas a los demás escuchando sus problemas.
O soltándote y “obligándoles” a que te escuchen escribiendo un blog.
Tampoco hay nada que cuantifique lo en paz que puedas estar contigo mismo.
Uno no dice que tiene en su banco espiritual veintiún millones de monedas del Banco Nacional Tibetano y que los ha ahorrado con horas de meditación y de inhalar barritas de incienso.
Lo mismo pasa con la riqueza mental.
¿Cómo sabes que eres rico o pobre en sabiduría?
¿Cuándo sabes decir “ya sé lo suficiente”?
Y para complicarlo aún más, también está la riqueza física.
¿Cómo cuantificas lo sano que estás?
No eres ningún Iron Man que se autoevalúe y se diga: “Mis sistemas están al 80%”, “Me queda el 10% de batería”.
Ahora estarás pensando… pues lo tienes jodido, macho.
Puede que sí.
O puede que no.
¿Tú te lo has planteado?
Yo creo que la respuesta está en la aritmética.
Nada de integrales, ni de ecuaciones de tercer grado.
Tan sólo con operaciones básicas.
Sólo sumas.
Y, a veces, también restas.
Puedes sumar lo positivo, y restar lo negativo.
En la escuela te enseñan que una suma incrementa el valor.
Pero también que una resta de algo negativo se convierte en positivo.
Si estás siempre malhumorado porque no te pagan lo suficiente, puedes plantarte delante de tu jefe y decírselo de manera razonada, sumando lo mucho que vales y aportas a tu trabajo.
O puedes restar, e irte del curro.
A veces, una resta puede hacer que consigas mucho más. Que te sientas liberado, que consigas un trabajo en el que estés más a gusto…
No tienes porque conformarte con ser “pobre económicamente”.
Suelen decir que el dinero llama al dinero.
Y si puedes, utilízalo.
Seguramente des trabajo a alguien haciéndolo, y generes más riqueza económica.
O ayuda a los demás de manera altruista.
Las armas químicas de mi guerra “contraparkinsoniana” están ahí porque alguien donó su dinero a investigación.
También puedes incrementar tu saldo social, llamando a ese amigo que hace tiempo que no llamas, interesándote por él.
Y cuando lo hagas, hazlo de manera auto-desinteresada.
Resta de la transacción tus propios problemas, seguramente disminuyan al sentirte bien por robarle una sonrisa recordando los momentos en común.
Hazte rico espiritualmente.
Suma pensamientos positivos, hazte afirmaciones creyendo en ti.
Grítate en el espejo lo fuerte que eres por muy mal que puedas estar o hayas estado.
Y resta los negativos, que sólo te van a hacer daño.
No pienses que te va a pasar algo malo y disfruta del ahora y de los buenos momentos cenando con tus primos, aunque no hables tanto como ellos.
También, hazte cada vez más inteligente.
Cultiva tu mente, lee, ejercita tu cerebro.
Nadie nace aprendido, suma conocimiento.
No digas que eres tonto o tonta.
Nadie lo es.
Resta ese puñal que te clavas a ti mismo y que hace que te desangres lentamente hurgando en la herida cuando lo retuerces.
Y si no estás a gusto con tu estado físico, cámbialo.
A mí me enseñaron en el cole que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma.
Pues hazlo.
Suma ejercicio a tu día a día, camina, corre...
Resta esos atracones de comida que te das a veces y que te hacen sentir cinco minutos bien, y diez mil días mal.
Y si tu mano tiembla, haz más ejercicios con ella, fortalece la musculatura de tu brazo, échale aceite de máquina a tu muñeca oxidada, para que no chirríe al moverla.
O quédate con lo positivo de la visita al neurólogo, diciéndote que te ve mejor, y restando el que te diga que te va a aumentar la dosis porque era muy baja.
No te conformes con ser rico en un solo aspecto.
Yo, por lo menos, quiero ser rico en todos ellos.
Ya soy tío Lulú.
Ahora quiero ser ese tío gilito “muchimillonario”.
En monedas.
En amor.
En espíritu.
En mente.
Y también, por qué no, en salud.
¡Quiero ser rico!